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ARTICULOS DEL 10/1/2016 AL 29/3/2023 CONTRAPUNTO

DE UCRANIA A TAIWAN PASANDO POR LA CORBATA

GOBIERNO, REALIDAD INTERNACIONAL Posted on Mié, agosto 17, 2022 13:39:45

Al principio de la invasión de Ucrania, los mandatarios europeos y los prebostes de la Unión Europea, con paso firme y bastante empaque, amenazaron a Putin con las penas del averno. Hablaron de guerra moderna, entendiendo por tal la económica y financiera, y prometieron adoptar tales medidas que la economía de Rusia se hundiría. Europa poseía un arma infalible, dejar de adquirir petróleo y gas al invasor.

Han pasado cinco meses y desconocemos cómo está la economía rusa, pero lo que sí sabemos es que la europea se tambalea. Es Putin el que restringe el suministro de gas y se teme que lo corte por completo, lo que, según los expertos, ocasionaría una catástrofe para países como Alemania, y el efecto se expandiría a toda Europa.

Ante el peligro de un desabastecimiento de productos energéticos en Europa, la vicepresidenta tercera aseguró reiteradamente y muy segura de sí misma que en España no existirían restricciones. Es más, cuando la Comisión Europea habló de imponer a todos los Estados la obligación de recortar el consumo de gas en un 15%, Teresa Ribera sacó pecho y le dijo públicamente a Bruselas que España no tenía por qué hacer ese recorte, ya que había hecho los deberes, y que poseía suministro de sobra y estaba incluso exportando a otros países.

Pocos días han pasado cuando el Gobierno, una vez más, donde dijo digo dice diego y han venido de Bruselas con la cabeza gacha y con la consigna de los ajustes, y no han tardado en sacar un decreto ley con una ristra de medidas muy controvertidas que son claramente restricciones al consumo. Eso sí, como siempre, echan balones fuera y encargan la gestión y el control a las Comunidades Autónomas, a pesar de que también como siempre nadie las ha consultado.

Dicen que con tales medidas se recortará el consumo en un 7%, pero este porcentaje no está dicho en ninguna parte. Lo aprobado en Europa es un 15%, aunque con el añadido de que, en función de una serie de variables, a algunos países, entre los que parece encontrarse España, se les podrá rebajar esa proporción. Lo del 7% es una estimación de Teresa Ribera.

Johnny cogió su fusil y Sánchez se quitó la corbata al anunciar las restricciones. Debió recordar sus tiempos de meritorio, allí en el Ministerio de Industria cuando era su titular Miguel Sebastián. Y así como copió de los papeles del ministerio el 80% de la tesis doctoral, ahora, en un momento tan crítico, recrea el numerito ecologista de su antiguo ministro en el Congreso de los Diputados y su disputa con Bono.

Sebastián y Sánchez van a salvar el planeta quitándose la corbata. Bien es verdad que de Sebastián no me acuerdo, pero Sánchez, después de gesto tan valiente, cogió el helicóptero para trasladarse de la Moncloa a Torrejón y después el Falcon para ir a Lanzarote.

El Gobierno de Sánchez cambió el nombre del ministerio de Medio Ambiente por el de Transición Ecológica para estar más acorde con los tiempos actuales y con la orientación de la UE, pero esta es veleta y gira hacia donde gira Alemania, y ahora resulta que la energía atómica y el gas son energías verdes. Sin tardar mucho, lo será también el carbón; el país germánico ya se ha inclinado hacia su consumo. Y es que los países satisfechos de Occidente son ecologistas, pero solo hasta cierto límite. Están poco decididos a sacrificar grados en su bienestar. La ecología es cara.

Ni EE. UU. ni la UE están dispuestos a entrar en una guerra. Por eso deberían tener más cuidado con sus bravuconadas, sobre todo cuando se dirigen a países menos satisfechos y con regímenes más despóticos, donde el lavado de cerebro es más sencillo y la opinión pública cuenta poco. Después dicen eso de que la OTAN solo tiene una finalidad defensiva. Ninguna de las guerras en las que ha intervenido hasta ahora ha sido de carácter defensivo.

Nancy Pelosi, que quizás debería estar ya jubilada (hay que ver el empeño de algunos en morir con las botas puestas), ha ido a tocar las narices a los chinos y estos se han encabritado. Ya a finales de abril, principios de mayo, la presidenta de la Cámara de Representantes fue a Polonia y a Ucrania a visitar a Zelenski y a garantizarle que cuenta con todo su apoyo y el de EE. UU. Ahora en Taiwan ha asegurado que EE. UU. no les dejará solos, y que su país mantendrá todos sus compromisos. Imagino que, mirando de reojo a Ucrania, los taiwaneses se habrán echado a temblar y habrán dicho: por favor, no nos ayuden.

republica 11-8-2022



LA CUMBRE DE LAS ALPARGATAS

EUROPA, GLOBALIZACIÓN, REALIDAD INTERNACIONAL Posted on Lun, julio 18, 2022 20:37:50

Se han desvanecido ya las luminarias de la fiesta. Casi toda España se ha congratulado de nuestro buen hacer de anfitriones. Recepciones, museos, cenas de gala, conciertos, representaciones, visitas a monumentos, y hasta compra de alpargatas, todo lo necesario para hacer las delicias de los grandes mandatarios internacionales y sus esposas, e incluso de las nietas del emperador que parecían haber venido a Europa de vacaciones. Lo paradójico es que los solemnes y deslumbrantes fastos obedecían a la reunión de una organización militar, que proclamaba estar en guerra.

Ciertamente una guerra especial, porque se efectúa por apoderado. Es Ucrania la encargada de sufrir la desolación. Al tiempo que en Madrid se celebraban los festejos, el déspota ruso bombardeaba con más ímpetu las ciudades ucranianas. Los países de la OTAN en esta guerra se han limitado a hacer de fans, maldiciendo a Putin, y animando a los ucranianos a enfrentarse a Rusia, haciéndoles creer que tenían detrás a todo Occidente; pero lo cierto es que las naciones europeas no podían intervenir si no querían comenzar la tercera guerra mundial, con el riesgo evidente de que fuera atómica. Su papel ha quedado reducido a facilitar a Ucrania armamento militar y a lo que, en tono un tanto pedante, el alto representante de la Unión Europea denominó una versión moderna de la guerra, la económica.

Tampoco desde esta última perspectiva los mandatarios europeos han estado muy finos. Se han olvidado de la globalización y de la dependencia energética que la Unión Europea tenía respecto de otros países, especialmente de Rusia. Se da la paradoja de que son países de la OTAN los que con la compra del gas están financiando el coste de la guerra a Putin y, a pesar de las amenazas continuas, lanzadas en las distintas reuniones europeas acerca de acabar con las adquisiciones, lo cierto es que hasta este momento más bien ha sido Rusia la que ha cortado total o parcialmente el suministro a algunos de los países miembros.

Rusia es una dictadura. Desde Occidente es difícil saber lo que realmente pasa en ese país y en qué medida la guerra está dañando sus intereses y perjudicando a su población. Pero no es menos verdad que las sanciones, al menos parcialmente, se están volviendo como un bumerán contra la economía de la Unión Europea. Sobre todo la inflación está castigando duramente a sus ciudadanos, y minando con fuerza su capacidad económica. Desde luego nada comparable con lo que está sufriendo el pueblo ucraniano. Su país está quedando destruido, los muertos y heridos son innumerables y una buena parte de la población (la mayoría mujeres y niños) ha tenido que emigrar.

Existen pocas dudas acerca de que el principal culpable de esta tragedia es Putin y su concepción cesarista del orden internacional. Ahora bien, Putin puede ser un déspota, un tirano y, si se quiere, un criminal de guerra. Pero Putin, se quiera o no, es un dato del problema que se tenía que haber tenido en cuenta. Otro dato era hasta dónde estaba dispuesta a intervenir la OTAN y la capacidad que tenía para hacerlo. Todo ello debería haber contado en la estrategia de Ucrania, de la OTAN y, principalmente, de Estados Unidos.

Unos pueden ser los malos, y los otros los buenos. Pero la geopolítica y el orden internacional no se rigen por estos criterios, sino por las posibilidades prácticas y el objetivo de obtener los mejores resultados, o los menos malos posibles (realpolitik). Aun cuando la guerra no ha terminado, observando lo transcurrido en estos primeros 140 días, comienza a existir muchas dudas de que las negociaciones previas hayan sido las más convenientes y no hubiese sido mejor intentar un tipo de acuerdo parecido al que se obtuvo en 1962 entre la Unión Soviética y EE. UU. respecto de los misiles cubanos.

El 3 de febrero, antes de que comenzase la guerra, escribí un artículo en este diario titulado “de Cuba a Ucrania”, explicando la similitud que existía entre ambos conflictos. Kennedy y EE. UU. consideraban, por mucho que Cuba fuese soberana, una provocación inaceptable que los misiles rusos se situasen a pocos kilómetros de sus costas. Al comienzo del conflicto, parecía que del mismo modo Putin y Rusia, con razón o sin ella, veían una amenaza en el hecho de que la OTAN se acercase a sus fronteras, y más concretamente rechazaban la incorporación de Ucrania a la Alianza Atlántica.

En aquel artículo mantenía la esperanza de que el conflicto se evitase del mismo modo que en 1962. Entonces el acuerdo entre Kennedy y Kruschev consistió en un compromiso mutuo. Rusia retiraba los cohetes y EE. UU. se comprometía a no invadir Cuba y a no ayudar a ningún otro país que lo intentase. No sé si algo parecido quizás se podría haber pactado en os momentos presentes  antes del inicio de la conflagración, esto es, la promesa de Ucrania de no entrar en la OTAN y la de Rusia de no invadir Ucrania.

En cualquier caso, me temo que el acuerdo que antes o después se firme va a tener condiciones mucho más negativas para Ucrania que las que al principio hubiera obtenido, fuesen estas las que fuesen y por muy injustas que fueran, pero en la geopolítica la justicia e la injusticia importan poco, manda la fuerza. Desde el momento en el que la OTAN no quería o no podía intervenir directamente, la suerte parecía estar echada y quizás habría que preguntarse si los aplausos, los apoyos morales, e incluso el suministro de armamento no habrán sido contraproducentes.

Se dice que el orden internacional ha cambiado sustancialmente, incluso que hemos vuelto a la Guerra Fría. Puede que sea así y que Putin sea el más interesado en este cambio de ciclo, pero los mandatarios de la OTAN, y especialmente Biden, no parecen muy apenados por el nuevo escenario. El mismo concepto estratégico de Madrid no colabora a mejorar mucho la situación, cuando califica a la Federación Rusa “de ser la amenaza más directay significativa para la seguridad de la Alianza y la paz y estabilidad en el área euroatlántica. E introduce a China en el texto calificándola de desafío sistémico. Lo más curioso es que tanto China como Rusia mantienen con los países europeos una fuerte interdependencia económica, lo que hace más paradójica la situación.

Por otra parte, tampoco se precisa ser amante de las teorías conspiratorias para ser conscientes de que el nuevo orden puede convenir a otros muchos intereses políticos y económicos, desde  la propia OTAN que ve reforzado su papel -el cual había quedado obsoleto, después de la Guerra Fría y de la disolución del Pacto de Varsovia-, a todos los países o empresas que se han convertido en suministradores preferentes de todos aquellos productos que Rusia y Ucrania no pueden o no quieren proporcionar, pasando sobre todo por los que se están beneficiando y se beneficiarán del incremento del gasto militar, que impone Biden bajo el principio de que todos deben colaborar.

Se dice que quien paga manda, lo cual es cierto, pero no lo es menos la afirmación inversa de que quien manda debe pagar. Por eso se entiende mal el victimismo de EE. UU. acerca de que el coste de la OTAN recae principalmente sobre los americanos. Para eso son el imperio y no dejan de demostrarlo cada vez que salen de su país. Solo hay que comparar la diferencia de trato, de protocolo y de prevalencia dados a las distintas delegaciones en Madrid y en general allá donde van.

España no debe confundirse, que los fastos hayan resultado deslumbrantes, que Madrid haya estado por unos días presente en toda la prensa internacional, que la marca España haya ganado puntos en cuanto a su hospitalidad y en referencia a las muchas maravillas artísticas que tiene, no quiere decir que, a partir de ahora, cuente mucho más en la Alianza Atlántica. La prueba es que, se pinte como se pinte, el tema de Ceuta y Melilla queda como estaba y su defensa sometida, tal como dijo el secretario general de la OTAN, a una decisión política. Sánchez tampoco debe engañarse, que haya obtenido las fotos tanto tiempo deseadas, que Biden se haya portado con él con mucha cordialidad, que incluso se haya atrevido a coger a su esposa por la cintura, no le concede una importancia política mayor dentro de la organización ni impide que en una próxima cumbre se repita el paseíllo.

Políticamente quizás lo único que se ha incrementado es el vasallaje y la aportación militar a guerras que nos quedan muy lejanas. La pretensión de Margarita Robles de descalificar a Yolanda Díaz argumentando que el gasto militar crea empleo en El Ferrol resulta cínica, cuando no patética. ¿Por qué no solucionamos el paro dedicándonos a la producción de marihuana?

La cumbre de las alpargatas, de las cuchipandas, de las Meninas y del turismo, ha finiquitado. Espectáculo un tanto obsceno, cuando en Ucrania se incrementaban el sudor, la sangre y las lágrimas, y cuando muchos ciudadanos europeos ven que sus economías se debilitan día a día por decisiones adoptadas a muchos kilómetros de sus fronteras por aquellos que ahora se comportan como un club de lujo, en vacaciones. Veremos cómo termina la guerra y, lo que es más incierto, la posguerra.

republica 14-7-2022



DE CUBA A UCRANIA

EUROPA, GLOBALIZACIÓN, REALIDAD INTERNACIONAL Posted on Jue, mayo 12, 2022 20:10:32

Se comenta que, en días de agobio político, el fantasma de Iván Redondo recorre los despachos de la Moncloa. Y debe de ser así, porque, de lo contrario, llegaríamos a la conclusión de que nos habíamos equivocado y de que los numeritos y los escenarios azul pastel no eran suyos y habría que predicarlos más bien del propio Sánchez. Tras la marcha del jefe de gabinete continúan produciéndose los mismos espectáculos circenses. El otro día las televisiones nos presentaron un cuadro entrañable: Sánchez sentado en su despacho con cartera presidencial añadida, hablando descamisado por teléfono, y una voz en off indicando que el presidente del Gobierno se comunicaba con el resto de mandatarios internacionales a efectos de solucionar el problema de Ucrania. Se presentaba la cuestión de tal manera que parecía que él estaba al frente de la operación. El cuadro resulta más estrambótico, si cabe, si consideramos que estuvo más de seis meses esperando la llamada de Biden y que pocos días después de la representación Biden mantuvo una videoconferencia con todos los que pintan algo en Europa (hasta el primer ministro polaco fue convocado) y de la que fue excluido Sánchez.

La exhibición televisiva, en principio, no tendría demasiada importancia, ya que cada uno hace el ridículo como quiere, y además es un tipo de espectáculo al que Sánchez nos tiene muy acostumbrados. Ya montó uno similar con la salida de Afganistán, o con la llegada del Aquarius. El hecho adquiere, sin embargo, mayor relevancia porque el Gobierno se ha dado prisa en ocupar los primeros puestos, mandando al lugar de conflicto una fragata, dos buscaminas y no sé cuántos aviones y soldados. Parece que queremos hacernos perdonar algo o pasar por los alumnos más aplicados. Esta postura contrasta con el papel de la Unión Europea que, hasta ahora, ha sido mucho más tibio; incluso el ministro de Asuntos Exteriores ruso, tras la negociación con su homólogo norteamericano, bromeaba preguntándose con cierta ironía dónde estaba la Unión Europea.

Esta tendencia a ser los primeros de la clase y a ocupar un puesto que no nos corresponde no es nueva. No es cierto que este sea el país de la paz, como algunos quizás con poca memoria pregonan. España participó entusiásticamente en la primera guerra del Golfo y en la de Yugoeslavia en tiempos de Felipe González y en la segunda de Iraq con Aznar. En principio, nada hay de censurable en que España haya cumplido sus compromisos con su pertenencia a la OTAN, aunque bien es verdad que todas estas acciones bélicas no se ejecutaron desarrollando estrictamente el reglamento de la  organización. Para España lo reprochable comienza cuando se pone al frente de la manifestación asumiendo un protagonismo que resulta hasta ridículo, al tiempo que otros países con muchos mayores motivos optan por un lugar más discreto y una actitud más ambigua. Pensemos en la foto de las Azores.

En todas estas situaciones los partidarios del no a la guerra hemos sido minoría. La postura del PSOE de Zapatero con respecto a la guerra de Iraq fue una excepción motivada por encontrarse en la oposición y considerar que ese planteamiento le proporcionaba buenos rendimientos electorales y un medio para llegar al gobierno, como realmente ocurrió, aunque bien es verdad que ello solo fue posible por los atentados del 11-M. Tanto antes como después, el PSOE no ha sobresalido por su pacifismo. Del no a la OTAN a Javier Solana de secretario general de Alianza Atlantica.

Algunas lecciones deberíamos sacar de todos estos acontecimientos pasados. La primera es que todas las guerras, aun cuando adopten el nombre de misiones humanitarias, normalmente producen más dolor del que en teoría dicen querer evitar (lo llaman a menudo “efectos colaterales”) y dejan con frecuencia tras de sí una situación peor que la inicial. La última prueba, Afganistán.

La segunda es que los calificativos como dictador, demócrata, tirano, justo o injusto, etc., que tienen todo el sentido en la política nacional, dejan de tenerlo cuando los aplicamos a la internacional. En este orden, todos los gobernantes suelen comportarse de forma muy parecida, motivados únicamente por intereses de todo tipo. Se suele hablar de la “realpolitik”. Nadie es santo ni nadie es villano, pero todos lo son a la vez. La única diferencia entre unos y otros es que algunos no necesitan justificarse ante sus ciudadanos; otros sí tienen que hacerlo y entonces no les queda más remedio que recurrir a las mentiras y a los montajes. Recordemos las armas de destrucción masiva en la guerra de Iraq. Es un gran error juzgar los conflictos internacionales por las características que concurren en cada uno de los bandos, en lugar de considerar el motivo del conflicto o la cuestión que está en porfía.

En esta ocasión, gran parte de la opinión publicada se ha apresurado a calificar a Putin con toda clase de epítetos y connotaciones negativas. Mucho de lo que dicen puede ser perfectamente cierto, pero eso no explica ni da razón del conflicto. Hay también quienes quieren ver intenciones ocultas y no confesadas por Moscú. Según esas voces, la razón de la ofensiva se encontraría en la necesidad de evitar que los países limítrofes de Rusia se incorporen a la opulencia de Occidente, pues esto facilitaría que los rusos empobrecidos pudiesen tomar consciencia del contraste entre ambos mundos.

El defecto principal de esta elucubración es que no se sustenta en ninguna prueba y las peticiones explícitas de Putin no van en esa dirección. No parece que sus preocupaciones caminen por la situación económica o alianzas comerciales de los países que circundan a Rusia. Se centran más bien en las alianzas militares, y más concretamente en la posible entrada de Ucrania y algún otro país vecino en la OTAN, lo que conllevaría el riesgo de situar las más sofisticadas armas ofensivas a pocos kilómetros de Moscú.

Hay también quien con gran solemnidad plantea que en esta contienda se cuestiona un principio esencial, la libertad de un país soberano para tomar sus decisiones y hacer lo que le plazca, en este caso entrar o no entrar en la OTAN. Considerado así, en teoría, parece un planteamiento consistente. Nada más lógico que defender la autonomía de un país independiente. Pero nunca las cosas, sobre todo en la geopolítica, están claras, más aún si echamos la vista hacia atrás.

Con mucha frecuencia EE. UU., la OTAN o los demás países de eso que llaman la Comunidad Internacional no han tenido ningún empacho en limitar la libertad de países soberanos cuando los han considerado amenazas para la seguridad internacional, que lógicamente coincide con la suya. En aras de evitar la proliferación nuclear, se limita la capacidad de obrar de determinados Estados, que también son soberanos por muy reprobables que puedan parecer sus respectivos regímenes políticos. En la segunda guerra de Iraq el pretexto que manejaban Bush y los países invasores, aunque después resultase falso, es que Sadam Husein poseía armas de destrucción masiva.

Y por qué no citar el caso que más se asemeja al actual, aunque se remonte al año 1966. Me refiero al affaire de los misiles cubanos, más bien rusos, que la Unión Soviética quería instalar en Cuba, y que la Administración Kennedy no estaba dispuesta a consentir, dada la proximidad a muchas ciudades americanas, incluso al mismo Washington. El discurso, entonces de Kennedy, no era sustancialmente distinto del que ahora asume Putin, con independencia de las opiniones que se tengan de ellos. Ambos justifican la limitación de la soberanía de un tercer país en la autodefensa. También Cuba en aquel momento era un país soberano.

Se puede alegar que en 1966 estábamos en la Guerra Fría. Pero lo cierto es que la Alianza Atlántica es un residuo de esa misma guerra fría. Desapareció el Pacto de Varsovia, pero no la OTAN, y conviene recordar que constituye una alianza militar. Aun cuando en sus estatutos se afirma que tiene una finalidad defensiva y que solo debe actuar a petición de un socio que se vea agredido (art 5), la mayoría de las veces que la OTAN ha actuado no lo ha hecho dentro de esos límites, ni como consecuencia de haber activado el artículo 5, excepto con ocasión de la invasión de Afganistán en la que EE. UU. pidió su aplicación. No obstante, en este mismo caso es difícil aceptar que la ofensiva terrorista contra las torres gemelas pueda considerarse el ataque de un país por otro.

No puede extrañar demasiado que Rusia muestre cierta intranquilidad a que los países limítrofes puedan incorporarse a la OTAN, que no conviene confundir con el ingreso en la UE a lo que en principio no parece que Rusia tenga ninguna objeción. De hecho, Suecia y Finlandia han mantenido durante muchos años una situación especial, pertenecen a la Unión Europea pero no a la OTAN. Se trataba entonces de mantener un espacio de neutralidad frente al Pacto de Varsovia y la OTAN.

El tema no es nuevo. Estuvo presente en la disolución de la antigua URSS. Gorbachov, que pilotó la operación, ha afirmado, y así lo recoge en sus memorias, que hubo un acuerdo con la OTAN, en el que esta organización se comprometía a no extenderse hacia el Este. El acuerdo parece que fue oral y no se plasmó por escrito en ningún documento, por lo que en los momentos presentes puede considerarse papel mojado y no representa ninguna prueba, pero sí puede estar influyendo en la motivación de Rusia. Tal vez por eso Putin exige ahora a Biden la contestación a sus demandas por escrito.

Rusia siempre ha presentado reticencias a la entrada en la OTAN de un país limítrofe y perteneciente con anterioridad al bloque soviético, pero, a pesar de ello, son ya varios los países fronterizos con Rusia que pertenecen a la Alianza Atlántica. Da toda la impresión de que en esta ocasión Putin no está dispuesto a admitir que este proceso continúe y, dadas además las especiales condiciones que unen a Rusia con Ucrania, ha decidido plantar cara.

Pero preguntémonos cuáles son los intereses que se encuentran detrás del ingreso de Ucrania en la OTAN. Quizá la comparación de nuevo con Kennedy y los misiles cubanos nos ayuden a contestar a la pregunta. En aquella ocasión el interés no estaba tanto en la Unión Soviética como en Cuba, que pretendía protegerse ante una posible invasión norteamericana, repetición de la de la Bahía de Cochinos. Ahora la verdaderamente interesada es Ucrania, que pretende cubrirse ante una posible invasión rusa. EE. UU. y la OTAN no han mostrado hasta ahora demasiada predisposición. De hecho, a diferencia de otros países, a Ucrania no se le ha hecho un plan temporalmente estructurado. Para la Alianza Atlántica el tema es más de principio, de defender el artículo 10 de la organización que establece que todo país puede pedir el ingreso. Pero ya sabemos que en geopolítica los principios son menos importantes que los intereses.

Se blande con frecuencia el hecho de que Ucrania es un país soberano, pero soberanía no es igual a omnipotencia. Ucrania no puede decidir sin más entrar en la OTAN, porque ello incumbe a la propia Organización Atlántica. En 1966, Cuba era un país soberano pero la decisión de instalar misiles soviéticos en su territorio dependía en primer lugar de la Unión Soviética. Es por eso por lo que el conflicto fue entre Kennedy y Khruschev; las demandas del primero se dirigían al segundo, y las negociaciones se establecieron entre EE. UU. y la Unión Soviética. En la actualidad, las exigencias de Rusia no se orientan a Ucrania sino a la OTAN, que es lo mismo que decir a EE. UU.

Este conflicto, al igual que el de 1966, estaba ocasionado por los miedos recíprocos. Cuba tenía miedo de la invasión de EE. UU., y por eso quería los misiles en su territorio. Ahora es Ucrania la que tiene miedo de que Rusia pueda invadir su territorio. Entonces, a EE. UU. le asustaban unos misiles soviéticos instalados tan cerca de sus fronteras, y en la actualidad es a Rusia a la que intimida que la OTAN se instale tan cerca. La solución en aquel momento pasó por la destrucción de todos los miedos, el desmantelamiento de los misiles y la promesa de que EE. UU. no invadiría nunca Cuba. Quizás en la actualidad el acuerdo no tiene por qué alejarse mucho del de entonces. Podría concretarse en el compromiso de Putin de que Rusia no invadirá nunca Ucrania y al mismo tiempo que se aleje cualquier proyecto de que este último país entre en la OTAN.

republica 3-2-2022