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ARTICULOS DEL 10/1/2016 AL 29/3/2023 CONTRAPUNTO

DAVOS, VEINTIÚN AÑOS DESPUÉS

GLOBALIZACIÓN Posted on Lun, febrero 06, 2017 09:54:12

Tuvo que ser en el World Economic Forum, en Davos, en febrero de 1996 donde el renacido capitalismo –actual hijo del capitalismo salvaje del siglo XIX– se quitase la careta, y tendría que ser Tietmeyer, el entonces gobernador del todopoderoso Buba, el encargado de proclamar lo que tantos pensaban pero no se atrevían a explicitar: “Los mercados financieros desempeñarán cada vez más el papel de gendarmes. Los políticos deben comprender que estarán en lo sucesivo bajo el control de los mercados financieros y no solamente de sus electores nacionales”. Anunciaba con ello el imperio de la globalización y la muerte de la democracia.

Han transcurrido veintiún años y los principales protagonistas del mundo económico y financiero han vuelto a reunirse en Davos, pero su mensaje ya no es tan triunfalista. Sus profecías acerca de que la globalización traería toda clase de bendiciones para las sociedades no se han cumplido, las tasas de crecimiento, lejos de aumentarse, se han ralentizado, el paro se ha incrementado y las desigualdades se han ampliado. Según un informe publicado por Oxfam, solo ocho personas poseen la misma riqueza que la mitad más pobre de la población mundial, 3.600 millones de personas. En el caso español, la fortuna de tres personas equivale a la riqueza del 30% más pobre del país. Es más, la inestabilidad económica se ha extendido a todo el mundo y se han multiplicado las crisis. El miedo y el desconcierto se han adueñado en buena medida de los poderes políticos y económicos. Algo no funciona. La progresiva extensión de lo que llaman populismo se percibe como una seria amenaza para el sistema y para sus intereses.

La seguridad y el optimismo de hace veintiún años ha desaparecido. De ahí que el informe que, como es habitual, ha precedido a las sesiones de este año del World Economic Forum haya estado marcado por el análisis de los riesgos e incertidumbres que se ciernen sobre el sistema económico internacional. «La combinación de desigualdad económica y polarización política amenaza con amplificar los riesgos globales, erosionando la solidaridad social sobre la que descansa la legitimidad de nuestros sistemas políticos y económicos». Esta edición del Foro de Davos ha estado caracterizada por un cierto estupor e incredulidad, ante el fuerte descontento y frustración que se ha instalado en las sociedades más desarrolladas y que está dando ocasión al nacimiento y avance de movimientos antiglobalización bien sean de izquierdas o de derechas. En todas estas corrientes puede existir mucha hojarasca, errores, incluso graves aberraciones, pero no puede negarse que inciden sobre las múltiples contradicciones y las lacras que se han genrado en el sistema y que denuncian sus resultados. Palabras como proteccionismo y populismo se han adueñado del escenario.

No deja de resultar curioso (sin embargo, hasta cierto punto lógico) que haya sido el presidente chino Xi Jinping quien se haya mostrado en Davos como el máximo adalid de la globalización y enemigo del proteccionismo. Bien es verdad que el proteccionismo que reprueba se reduce tan solo al que se basa en contingentes y aranceles, mientras deja intacto el que se fundamenta en la manipulación del tipo de cambio o en la competencia desleal en materia social, laboral o fiscal (ver mi artículo del 17 de noviembre pasado). Xi Jinping afirmó que nadie sale vencedor de una guerra comercial, lo cual es cierto, pero esta surge necesariamente cuando determinados países como China o Alemania fundamentan su crecimiento en la competitividad exterior mediante el mantenimiento de tipos de cambio artificialmente bajos o a través de dumping fiscales, sociales y laborales que generan la progresiva acumulación de superávits en la balanza por cuenta corriente, forzando déficits en sus competidores.

El presidente chino fue más allá defendiendo que muchos de los problemas que ahora tiene la economía internacional no proceden de la globalización y que esta no fue la causante de la crisis financiera, sino la falta de regulación adecuada. ¿Pero es que acaso no es la ausencia de toda regulación la sustancia de la que está construida la globalización? ¿No es el sometimiento de los políticos a los dictados de los mercados que proclamaba Tietmeyer en 1996, la base sobre la que se asienta la globalización? La gran recesión que se inició en 2007 y de la que, dígase lo que se diga, aún no hemos abandonado, tuvo su génesis en los fuertes desequilibrios en las balanzas de pagos acumulados por los distintos países en los años anteriores (ver mi libro La trastienda de la crisis, Editorial Península) y en los que China tuvo un papel esencial. Mantuvo una cotización ficticia e infravalorada del yuan que si bien disparó sus exportaciones y su expansión económica tuvo como contrapartida la generación de déficits en otros países, singularmente en EE. UU.

Tras el estallido de la crisis, China comprendió que tenía que moderar su postura, pero irrumpió en escena un nuevo actor, la UE. Alemania había seguido la misma política que China pero su superávit se compensaba con los déficits de los países del Sur, (aunque con graves problemas económicos para ellos) de manera que la Eurozona en su conjunto estaba más o menos en equilibrio. Ahora este se ha roto con la deflación interna a la que se ha sometido a los países deudores que han corregido sus déficit sin que Alemania haya moderado su superávit; todo lo contrario, lo ha incrementado.

Xi Jinping descartó en Davos que su país vaya a adentrarse en una guerra de divisas, pero lo cierto es que su divisa está ya claramente infravalorada, y el tipo de cambio actual del euro puede ser aceptable para países como España, Portugal o Grecia, pero está muy por debajo de lo que correspondería de acuerdo con la economía alemana. De ahí el superávit de la balanza de pagos de la eurozona en su conjunto.La situación es claramente inestable. Ni China ni Alemania pueden aspirar a vivir del déficit de la balanza de pagos norteamericana. A Trump se le puede calificar de casi todo, incluso de iluminado y caudillista, pero no se le puede negar que ha puesto el dedo en la llaga. La globalización genera desequilibrios insostenibles, inseguridad, crisis e incremento de las desigualdades. No se puede mantener un sistema que pretende producir allí donde no se consume, y consumir allí donde no se produce; que quiere que las rentas vayan en mayor medida a los que ahorran pero no consumen (los capitalistas), y que consuman aquellos que no perciben los ingresos (los trabajadores).

Republica.com 27-1-2017



Trump

GLOBALIZACIÓN Posted on Lun, noviembre 21, 2016 10:10:04

TODOS SOMOS PROTECCIONISTAS

La presentación de Donald Trump a las elecciones presidenciales de EE. UU. y su posterior triunfo han puesto sobre la mesa de nuevo el problema de la globalización y del proteccionismo. Entre los muchos reproches que ha recibido Trump está el de que su discurso pone en peligro el comercio internacional. Una vez más, el stablishment político y económico internacional continúa sin entender nada por más señales que la realidad le mande. Todo lo reducen a descalificar con el apelativo de populista al que ose poner en duda el sistema económico creado a partir de los años ochenta.

Los profetas pueden ser falsos, las recetas erróneas, pero la realidad que denuncian no lo es. Por ello tienen éxito en sus críticas y logran tantos seguidores. A las sociedades desarrolladas se les presentó la globalización como portadora de toda clase de bienes, pero poco a poco han ido constatando que los resultados eran totalmente distintos de los prometidos. El crecimiento se modera, el paro se incrementa, la desigualdad aumenta, los puestos de trabajo se degradan, los salarios reales se reducen, y se les dice a los ciudadanos que el Estado del bienestar, tal como hasta ahora lo han conocido, no es sostenible y que hay que someterlo a profundas trasformaciones (léase recortes) para que sea viable. Además, por poco avispados que sean, contemplan que la globalización, lejos de ofrecer estabilidad económica, es una fuente continua de turbulencias financieras que condenan a los países a crisis periódicas cada vez de mayor intensidad y en las que los paganos acaban siendo siempre las clases bajas y los trabajadores.

¿Tiene algo de extraño que cada día sean más los ciudadanos que quieran retornar a los parámetros económicos que regían antes de los años ochenta, y más numerosas las voces que cuestionen el tópico de la globalización? Antes que nada, conviene aclarar que una política de control de cambios de ninguna manera significa eliminar los flujos internacionales de capitales, sino simplemente poner un cierto orden en ellos. No se abandona el ámbito de la libertad, pero una libertad ordenada, sin que devenga en caos. Poner restricciones al libre cambio no tiene por qué conducir a la autarquía ni a la desaparición del comercio exterior; solamente se trata de regularlo de manera que no se produzcan los desequilibrios actuales entre unos países con enormes déficits en sus balanzas de pagos y otros con ingentes superávits.

Déficits y superávits comerciales desproporcionados son los causantes en buena medida de las crisis actuales. A todo déficit le corresponde siempre un superávit. Un país no puede mantener indefinidamente déficit en su balanza de pagos. El discurso político actual es muy celoso en lanzar, aplicada al sector público, la consigna de que nadie puede gastar más de lo que ingresa, pero no se sabe por qué motivo no lo aplica a la totalidad de la economía nacional. Es cierto que durante un periodo de tiempo un país puede gastar en importaciones más de lo que ingresa por exportaciones y endeudarse en el exterior, pero el proceso no puede ser indefinido, porque antes o después los acreedores empiezan a desconfiar, niegan la financiación e incluso huyen del país en cuestión arrojándole a una crisis gravísima. Toda economía nacional se ve obligada en algún momento a emplear políticas proteccionistas.

El discurso oficial practica un lenguaje tramposo, pretende anatematizar el proteccionismo, pero lo único que hace es cambiar una clase de proteccionismo por otra. Es imposible que un país que mantiene permanentemente un déficit en su balanza de pagos no termine adoptando medidas defensivas en su comercio exterior. Otra cosa es qué tipo de medidas se adopten. Las más inmediatas y directas radican en el establecimiento de barreras aduaneras con contingentes o aranceles a la importación y ayudas económicas a la exportación, que a veces se disfrazan de prescripciones sanitarias o medioambientales. Todas estas medidas son tabú para los amantes de la globalización, que profesan como un dogma el libre comercio.

Pero existe un segundo frente defensivo constituido por la variación en los tipos de cambio. La depreciación de la propia moneda respecto a las otras divisas sirve de contención a la competencia exterior. Según la teoría del libre comercio, los cambios en las cotizaciones de las divisas constituyen el elemento de ajuste de los desequilibrios de la balanza de pagos. Pero ello es en teoría porque la mayoría de los países practican una flotación sucia, es decir, emplean el tipo de cambio como medida proteccionista, bien con carácter defensivo bien con carácter ofensivo. La crisis del 2008 tuvo como causa los fuertes desajustes en las balanzas de pagos, con enorme déficits y superávits comerciales causados por unas relaciones de intercambio totalmente incorrectas que algunos países propiciaban para, contra toda lógica, mantener el superávit exterior.

La política monetaria expansiva de EE.UU. ha tenido entre otras finalidades la de reducir el tipo de cambio del dólar para defenderse así de las políticas comerciales agresivas de otros países como China o Alemania. En las reuniones internacionales del G-20 o de otros foros se adoptan declaraciones solemnes condenando la guerra de divisas, sin embargo, lo cierto es que todos los Estados acaban utilizando en la medida de lo posible el tipo de cambio como instrumento proteccionista, lo que resulta lógico cuando dogmáticamente se asume el libre comercio.

Los acuerdos de libre comercio y las dificultades para depreciar la moneda, al menos en la cuantía que se considera suficiente, trasladan las medidas proteccionistas al campo de lo que se la llama la devaluación interna, que fundamenta la competitividad en la reducción de los salarios, de las cargas sociales o de los impuestos. Este tipo de proteccionismo domina sin duda el ámbito de la Unidad Monetaria en Europa. No puede ser de otro modo, el libre cambio y la existencia de una moneda común cierran cualquier otro camino que no sea la deflación competitiva. No obstante, estas medidas se han impuesto también en otros muchos países aun cuando no pertenezcan a ninguna Unión Monetaria.

Las elites políticas y económicas insisten en que el abandono de la globalización es una vuelta al proteccionismo de resultados muy negativos. El discurso es tremendamente falaz porque la llamada globalización no renuncia a todo proteccionismo. Condena, sí, las barreras arancelarias e incluso la guerra de divisas, pero se ve obligada a practicar otro tipo de proteccionismo, el basado en el dumping laboral, social y fiscal; critica la política de empobrecer al vecino mediante las limitaciones al comercio internacional o mediante la devaluación de la moneda, pero propicia y defiende esa misma política cuando se basa en el deterioro de las condiciones laborales.

Se afirma que la globalización genera perjudicados y beneficiados, y entre estos últimos sitúan a las poblaciones de las regiones pobres, lo cual no es cierto. Puede serlo en el plazo corto, pero a medio plazo basar la competitividad en la reducción de los salarios y de los gastos sociales por fuerza tiene que perjudicar, sea cual sea el país, a los trabajadores y beneficiar a los capitalistas y a los empresarios. Los perjudicados por la globalización son cada vez más numerosos y no se creen ya las milongas acerca de lo malo que es el proteccionismo. Piensan que para ellos el único proteccionismo nefasto es el que se fundamenta en el aumento de la pobreza de las clases bajas.



Miedo al Populismo

GLOBALIZACIÓN Posted on Mar, septiembre 27, 2016 10:27:00

LOS PADRES DEL POPULISMO

El pasado 11 de septiembre, Javier Solana publicó un artículo en el diario El País bajo el título “Frenar el avance del populismo”. Si lo cito es por ser representativo de una postura muy generalizada, la de aquellos que no han entendido nada. Curiosamente, el Brexit ha dado la señal de alarma removiendo el plácido mundo construido por las elites políticas y económicas internacionales, y les ha hecho ver que el equilibrio que creían inamovible no es tal y que el edificio levantado con tanto esfuerzo se puede derrumbar en cualquier momento. Esa preocupación ha estado presente en la última reunión del G-20 y revolotea sobre las instituciones europeas. Todos reconocen que el descontento anida en amplias capas de la población, enfado que se materializa, con características distintas según los países, en movimientos u organizaciones que llaman populistas y que pueden poner en peligro el sistema. Son conscientes de que en buena medida el origen de la insatisfacción se encuentra en la desigualdad que se ha intensificado desde hace bastantes años en todo el mundo. Pero no llegan más allá.

No entienden nada porque creen que la situación puede solucionarse con buenas palabras y parches, y que no es necesario renunciar a la globalización para conseguirlo. En su artículo, Javier Solana escribe: “La globalización requiere gobiernos nacionales sólidos y capaces de atender las necesidades sociales… Son los gobiernos nacionales quienes deben mantener el contacto y el vínculo con los ciudadanos, defendiendo sus intereses y buscando su beneficio. Nada tiene que ver con darle la espalda a la globalización, ni con introducir medidas proteccionistas, sino con fomentar el equilibrio social que sostiene los sistemas democráticos”. Se pretende cuadrar el círculo, porque precisamente la globalización imposibilita que los gobiernos puedan practicar una política social y redistributiva.

La esencia del Estado social es la subordinación del poder económico al poder político democrático, mientras que la globalización se fundamenta en una enorme desproporción entre ambos. En los momentos actuales la mayoría de los mercados, y por supuesto el financiero, han adquirido la condición de mundiales, o al menos multinacionales, mientras que el poder político democrático ha quedado recluido dentro del ámbito del Estado-nación, con lo que ha devenido impotente para controlar al primero, que campa a sus anchas e impone sus leyes y condiciones. Puede ser que los gobiernos actúen mal, pero es que en el nuevo orden económico no pueden actuar bien aunque quieran porque las decisiones se adoptan en otras instancias. Se ha privado de las competencias económicas a los Estados sin que exista ningún orden político internacional que los sustituya. No solo es un problema de igualdad o desigualdad. Lo que está en juego son los propios conceptos de soberanía y de democracia.

Por otra parte, la globalización de la economía no es un fenómeno inscrito en la naturaleza de las cosas ni un orden que se haya formado por energías imposibles de controlar, como nos han querido hacer ver tanto las fuerzas conservadoras para lograr sus objetivos como la socialdemocracia para ocultar su traición. Véase si no la Tribuna libre que, con motivo de la celebración de los 140 años de vida del Partido Socialdemócrata alemán (SPD), el canciller Schröder escribió en el diario El Mundo bajo el título «El Estado del bienestar reta a la izquierda europea». Schröder mantenía tajantemente que la globalización no es una alternativa, sino una realidad. El canciller pretendía legitimar los recortes sociales y laborales, y la bajada de impuestos a los ricos que pensaba implementar en los años siguientes, lo que denominó “Agenda 2010”. Y para ello, nada como acudir a la globalización.

Pero la globalización es más bien el resultado de una ideología, la neoliberal, que se ha impuesto a lo largo de estos treinta años y que ha arrastrado a los gobiernos a abdicar de sus competencias. Han renunciado a practicar toda política de control de cambios, permitiendo que el capital se mueva libremente y sin ninguna cortapisa; han desistido en apariencia de cualquier política proteccionista y como consecuencia de ello han relajado los mecanismos de control en todos los mercados. Aunque en honor de la verdad no es cierto que hayan renunciado a realizar políticas proteccionistas, solo las han trasladado al ámbito laboral, social y fiscal, compitiendo los Estados de manera abusiva en la rebaja de los costes laborales y sociales y en la concesión de beneficios fiscales, con lo que hacen a las sociedades cada vez más injustas.

Conviene aclarar, no obstante, que una política de control de cambios de ninguna manera significa eliminar los flujos internacionales de capitales, sino simplemente poner en ellos un cierto orden. No se abandona el ámbito de la libertad, pero se busca una libertad ordenada, sin que devenga en caos. Poner restricciones al libre cambio no tiene por qué conducir a la autarquía ni a la desaparición del comercio exterior; solamente se trata de regularlo de manera que no se produzcan los desequilibrios actuales entre unos países con enormes déficits en sus balanzas de pagos y otros con ingentes superávits. Son estos desequilibrios los que se encuentran detrás de las actuales crisis.

Las elites políticas y económicas no solo han presentado la globalización como realidad imposible de rechazar sino como fuente de toda clase de bienes y oportunidades económicas. Nos quieren hacer creer que la riqueza y la expansión generadas en los distintos países después de la Segunda Guerra Mundial obedecen precisamente al proceso de globalización. Pero esta visión es tramposa. Los países occidentales tras la Segunda Guerra Mundial han vivido dos etapas muy diferentes. La primera llega hasta el inicio de los años ochenta. En ella los Estados-nación mantienen el control de la economía y los mercados se encuentran regulados junto con un sector público tanto o más fuerte que el privado, que sirve de contrapeso y en cierta medida de árbitro entre los distintos intereses privados y el general de la nación.

Por el contrario, es a partir de los años ochenta cuando los Estados nacionales comienzan a renunciar a sus competencias, asumen en mayor o menor medida el neoliberalismo y dejan en total libertad al capital para que se mueva entre los países imponiendo sus condiciones. Es desde ese momento cuando podemos comenzar a hablar de globalización y es a partir de ese instante cuando las sociedades han evolucionado hacia situaciones más injustas y cuando los desequilibrios, las turbulencias y las crisis se han ido adueñando, al igual que a principios del siglo XX, de la economía internacional.

Una gran parte de la población, especialmente de las clases bajas y medias, ha ido tomando conciencia de las mentiras que subyacían en el discurso oficial. La llamada globalización no ha supuesto que los países crezcan más. Por el contrario, las tasas de incremento del PIB han sido cada vez menores, los porcentajes de desempleo han aumentado, las sociedades se hacen más injustas y se acentúan las desigualdades, los trabajadores pierden progresivamente todos sus derechos y garantías y se afirma que no es sostenible la economía del bienestar o que hay que renunciar o reducir las prestaciones sociales de que disfrutaban los ciudadanos en el pasado. Al tiempo que se defiende que la carga fiscal debe recaer únicamente sobre las rentas del trabajo, porque de lo contrario el capital y la inversión emigrarán a zonas más confortables. Por último, se ha creado un desequilibrio difícil de mantener entre países deudores y acreedores que condena a las economías a fuertes crisis periódicas. ¿Tiene entonces algo de extraño que los ciudadanos se pregunten para qué sirve la globalización y a quién beneficia? ¿No es hora ya de retornar a las políticas anteriores a los ochenta?

Será quizás en el proyecto de Unión Europea y más concretamente en la Eurozona donde ha fraguado de forma más perfecta el proyecto de la globalización, y donde de manera más clara aparece el intento de insurrección del capital de los lazos democráticos. No tiene por qué sorprendernos que sea también en su ámbito donde surjan las mayores reacciones y las críticas más violentas.

Las elites económicas y políticas están muy preocupadas con la aparición en casi todos los países, bien por la derecha bien por la izquierda, de organizaciones a las que denominan populistas y que articulan este descontento. El artículo de Solana es un buen ejemplo de esto. No son conscientes de que son ellas las que de forma indirecta las han engendrado, al adoptar esa nueva modalidad del capitalismo que llaman globalización. En realidad, con mejor o peor acierto, con ideas más o menos verdaderas, con unos u otros valores, han venido a ocupar el espacio que la socialdemocracia había dejado vacio. Son los mismos grupos sociales que se han sentido abandonados y engañados, y a los que no se podrá recuperar sino retornando a ese equilibrio anterior que se daba entre el poder político y el económico.

Republica.com 23-09-2016



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