La psicoanalista Melanie Klein explicó gran parte de la evolución psicológica de la primera infancia por la bipolarización que, según ella, aparece en los niños a la hora de interpretar la realidad. Proyectan todo lo bueno en un objeto, pecho bueno; y todo lo malo en otro, pecho malo. Tal vez por reminiscencia de la niñez, esta tendencia bifronte se ha trasladado a la edad adulta. Es ya un tópico el juego de policía bueno, policía malo a la hora de los interrogatorios. Sale en todas las películas.

En nuestra realidad más inmediata se tiende a clasificar a los independentistas en buenos y malos. Unos serían los dialogantes, los propensos al pacto y a la negociación, y otros, al enfrentamiento y a la subversión. El esquema es demasiado simple para ser cierto. Esas teóricas posiciones no han estado siempre del mismo lado. Durante muchos años los llamados moderados se situaban en el ámbito de CiU. Permanentemente estaban dispuestos a pactar; eso sí, cobrando un precio. De hecho, tanto el PSOE como el PP se apoyaron en Pujol cuando no tenían mayoría absoluta, y contaron con él en toda circunstancia para aprobar determinadas leyes. De hecho, los convergentes nunca se proclamaron independentistas, sino nacionalistas.

Al mismo tiempo, Esquerra adoptaba la postura más radical, al menos en lo referente al Estado español. En ningún momento negaron su condición de independentistas. Han sido fieles a su historia. El 4 de abril de 1931, nada más instaurarse la República, Francesc Maciá anunciaba desde el palacio de la Generalitat la creación del Estado Catalán, violando así el Pacto de San Sebastián y traicionando el acuerdo al que habían llegado con el resto de los republicanos españoles, que tuvieron que viajar rápidamente a Cataluña para conseguir que las aguas retornasen a su cauce.

El 6 de octubre de 1934, aprovechando la Revolución de Asturias, Lluís Companys se rebela contra la Constitución republicana y proclama de nuevo el Estado Catalán. Fueron los cañones enviados por Lerroux los que abortaron la intentona. Los dirigentes y militantes de Esquerra continúan en la época actual homenajeando a un sedicioso, porque el hecho de que Companys fuese víctima de un régimen tiránico y fascista no altera su condición anterior de golpista.

En ese marco de fidelidad a su historia de traición al Estado español, parece que Carod Rovira se entrevistó el 4 de enero de 2004 en Perpiñán con la cúpula de ETA, ofreciéndoles el apoyo político de Esquerra a cambio de no cometer atentados en Cataluña, sin importarle que continuasen matando en cualquier otra parte de España. Ello explicaría el hecho de que el 18 de febrero de ese mismo año ETA anunciara una tregua solo en Cataluña, manteniendo la ofensiva en el resto.

En 2017, el 17 de octubre, después de haberse celebrado el referéndum, Puigdemont, ante la amenaza de la aplicación del artículo 155 de la Constitución y de la intervención de la Generalitat por el Gobierno español, se inclinaba por no declarar la independencia, sino por convocar elecciones a la Generalitat. Se encontró enfrente a toda Esquerra presionándole y tachándole de traidor. Es conocido el mensaje de Rufián acerca de las 155 monedas de plata en referencia al citado artículo y a la traición de Judas. En realidad, la decisión de Puigdemont de declarar la independencia fue en cierta medida forzada, pues es sabido que el mayor temor de un independentista es que se le tilde de botifler.

Tras la intentona de golpe de Estado, la aplicación del 155 y la actuación de los tribunales, son los líderes de Esquerra los que se han convertido en moderados y dialogantes, mientras que los sucesores de Pujol, con Puigdemont a la cabeza, los que se han echado al monte. En realidad, no hay tal, ni en un caso ni en el otro. Todos han estado siempre del mismo lado. Se trata tan solo de una cuestión de táctica, de las conveniencias de cada uno en cada momento.

Tan pronto como Artur Mas se vio obligado a entrar en helicóptero en el Parlament debido a que el edificio estaba rodeado por los indignados del 15 M y teniendo en cuenta la fuerte ola de contestación social que se desató (al igual que en otras partes de España) en Cataluña se terminaron la moderación y los acuerdos. CiU se subió al carro de los independentistas, lo que le sirvió de hábil instrumento para desviar la protesta contra el gobierno central.

Qué duda cabe que la postura actual de Esquerra obedece también a una cuestión de estrategia, sin que se haya producido el menor cambio en la finalidad última. Tras el fracaso del golpe y la reacción del Estado, los líderes de la formación fueron plenamente conscientes de que la independencia de Cataluña no estaba madura y que a corto plazo les convenía jugar al acuerdo y a la negociación, obteniendo del Estado todas las cesiones posibles, tanto más cuanto que existe un gobierno débil y dispuesto a aceptar cualquier cosa con tal de mantenerse en el poder. No obstante, a medio y a largo plazo continúan sin renunciar al objetivo de la independencia, ni a la vía unilateral si fuese preciso. Dicen claramente que lo volverán hacer. Piensan, además, que cuantas más concesiones consigan a corto plazo antes se darán las condiciones necesarias para declarar de nuevo la independencia.

La situación de los ex convergentes es diferente. Está marcada por la tocata y fuga de Puigdemont, con lo que la estrategia adoptada es también distinta. El exilio hace que el ex presidente de la Generalitat no pueda esperar. Por mucho que se esfuerce por estar en la pomada, con el destierro corre el peligro de ser poco a poco marginado. Es por ello por lo que su actitud es claramente de enfrentamiento. Precisa explosionar la situación y oponerse a la táctica adoptada por ERC. Son los seguidores de Puigdemont los que ahora llaman botifler a Oriol Junqueras, lo que no deja de resultar curioso cuando el líder de Esquerra se ha pasado tres años en la cárcel y el ex convergente se fugó al exterior dejando a su gobierno en la estacada. Pero en el fondo no hay diferencias. Todos están dispuestos a intentarlo de nuevo. No hay buenos ni malos.

Es frecuente que esta tendencia a la polarización se produzca también a la hora de enjuiciar a los miembros del Gobierno. Periodistas, tertulianos y demás plumillas, según sus preferencias, se empeñan en realizar distinciones entre ministros buenos y malos, sin considerar que todos deben su cargo sin excepción al voto de los golpistas y de los filo etarras, y que se mantienen en el poder gracias a las múltiples concesiones y privilegios de todo tipo que se les confieren a unos y a otros.

Es frecuente que los mismos ministros, dependiendo de sus inclinaciones e ideas, renieguen de algunas de las medidas del Gobierno o de los planteamientos de otros ministros. En muchos casos se lavan las manos como si el problema no fuese con ellos. Pretenden transmitir la idea de que las pifias no les afectan; pero, quieran o no, todas las medidas son aprobadas por la totalidad del Gobierno e implican por tanto a todos y cada uno de los ministros. E incluso, cuando se trata de leyes, los responsables son también todos los diputados que las aprueban.

Es todo el Gobierno en su conjunto el que ha aprobado la ley del sí es sí, y la ley trans, y el que ha dado vía libre a los indultos o ha eliminado el delito de sedición o reducido las penas a los delitos de corrupción. Pero son también todos los ministros, pertenezcan al partido que pertenezcan, los que han incrementado el gasto en defensa, los que envían armas a Ucrania, los que cambiaron la postura de más de cuarenta años sobre la situación política del Sahara o los que permitieron la matanza en la valla de Melilla. No hay ministros técnicos o chapuceros, las chapuzas han salido del Consejo de Ministros y salpican a todos sus miembros.

Los intentos de ciertos ministros para desentenderse de los acuerdos del Consejo de Ministros o de los planteamientos de otros miembros del Ejecutivo suenan a falsos y oportunistas. Si fuesen sinceros, esa postura les debería conducir a la dimisión, que siempre está en su mano. Todo tiene un coste y cuando se está dispuesto a pagarlo con tan de mantenerse en el cargo es porque en el fondo no hay tanto desacuerdo como se pretende, ni tanto tecnicismo como se supone.

Lo mismo se puede afirmar del presidente del Gobierno. Hay que dar por hecho que es responsable no solo de todos los acuerdos del Consejo de Ministros, sino incluso de las actuaciones, posturas y manifestaciones de todos sus miembros. Tiene siempre la posibilidad de cesarlos. Es más, hay que suponer también que, quiera o no, se le pueden atribuir todos los desmanes que cometen sus socios de legislatura, puesto que los acepta y consiente con tal de que le mantengan en el poder.

republica.com 2-2-2023