Se han desvanecido ya las luminarias de la fiesta. Casi toda España se ha congratulado de nuestro buen hacer de anfitriones. Recepciones, museos, cenas de gala, conciertos, representaciones, visitas a monumentos, y hasta compra de alpargatas, todo lo necesario para hacer las delicias de los grandes mandatarios internacionales y sus esposas, e incluso de las nietas del emperador que parecían haber venido a Europa de vacaciones. Lo paradójico es que los solemnes y deslumbrantes fastos obedecían a la reunión de una organización militar, que proclamaba estar en guerra.

Ciertamente una guerra especial, porque se efectúa por apoderado. Es Ucrania la encargada de sufrir la desolación. Al tiempo que en Madrid se celebraban los festejos, el déspota ruso bombardeaba con más ímpetu las ciudades ucranianas. Los países de la OTAN en esta guerra se han limitado a hacer de fans, maldiciendo a Putin, y animando a los ucranianos a enfrentarse a Rusia, haciéndoles creer que tenían detrás a todo Occidente; pero lo cierto es que las naciones europeas no podían intervenir si no querían comenzar la tercera guerra mundial, con el riesgo evidente de que fuera atómica. Su papel ha quedado reducido a facilitar a Ucrania armamento militar y a lo que, en tono un tanto pedante, el alto representante de la Unión Europea denominó una versión moderna de la guerra, la económica.

Tampoco desde esta última perspectiva los mandatarios europeos han estado muy finos. Se han olvidado de la globalización y de la dependencia energética que la Unión Europea tenía respecto de otros países, especialmente de Rusia. Se da la paradoja de que son países de la OTAN los que con la compra del gas están financiando el coste de la guerra a Putin y, a pesar de las amenazas continuas, lanzadas en las distintas reuniones europeas acerca de acabar con las adquisiciones, lo cierto es que hasta este momento más bien ha sido Rusia la que ha cortado total o parcialmente el suministro a algunos de los países miembros.

Rusia es una dictadura. Desde Occidente es difícil saber lo que realmente pasa en ese país y en qué medida la guerra está dañando sus intereses y perjudicando a su población. Pero no es menos verdad que las sanciones, al menos parcialmente, se están volviendo como un bumerán contra la economía de la Unión Europea. Sobre todo la inflación está castigando duramente a sus ciudadanos, y minando con fuerza su capacidad económica. Desde luego nada comparable con lo que está sufriendo el pueblo ucraniano. Su país está quedando destruido, los muertos y heridos son innumerables y una buena parte de la población (la mayoría mujeres y niños) ha tenido que emigrar.

Existen pocas dudas acerca de que el principal culpable de esta tragedia es Putin y su concepción cesarista del orden internacional. Ahora bien, Putin puede ser un déspota, un tirano y, si se quiere, un criminal de guerra. Pero Putin, se quiera o no, es un dato del problema que se tenía que haber tenido en cuenta. Otro dato era hasta dónde estaba dispuesta a intervenir la OTAN y la capacidad que tenía para hacerlo. Todo ello debería haber contado en la estrategia de Ucrania, de la OTAN y, principalmente, de Estados Unidos.

Unos pueden ser los malos, y los otros los buenos. Pero la geopolítica y el orden internacional no se rigen por estos criterios, sino por las posibilidades prácticas y el objetivo de obtener los mejores resultados, o los menos malos posibles (realpolitik). Aun cuando la guerra no ha terminado, observando lo transcurrido en estos primeros 140 días, comienza a existir muchas dudas de que las negociaciones previas hayan sido las más convenientes y no hubiese sido mejor intentar un tipo de acuerdo parecido al que se obtuvo en 1962 entre la Unión Soviética y EE. UU. respecto de los misiles cubanos.

El 3 de febrero, antes de que comenzase la guerra, escribí un artículo en este diario titulado “de Cuba a Ucrania”, explicando la similitud que existía entre ambos conflictos. Kennedy y EE. UU. consideraban, por mucho que Cuba fuese soberana, una provocación inaceptable que los misiles rusos se situasen a pocos kilómetros de sus costas. Al comienzo del conflicto, parecía que del mismo modo Putin y Rusia, con razón o sin ella, veían una amenaza en el hecho de que la OTAN se acercase a sus fronteras, y más concretamente rechazaban la incorporación de Ucrania a la Alianza Atlántica.

En aquel artículo mantenía la esperanza de que el conflicto se evitase del mismo modo que en 1962. Entonces el acuerdo entre Kennedy y Kruschev consistió en un compromiso mutuo. Rusia retiraba los cohetes y EE. UU. se comprometía a no invadir Cuba y a no ayudar a ningún otro país que lo intentase. No sé si algo parecido quizás se podría haber pactado en os momentos presentes  antes del inicio de la conflagración, esto es, la promesa de Ucrania de no entrar en la OTAN y la de Rusia de no invadir Ucrania.

En cualquier caso, me temo que el acuerdo que antes o después se firme va a tener condiciones mucho más negativas para Ucrania que las que al principio hubiera obtenido, fuesen estas las que fuesen y por muy injustas que fueran, pero en la geopolítica la justicia e la injusticia importan poco, manda la fuerza. Desde el momento en el que la OTAN no quería o no podía intervenir directamente, la suerte parecía estar echada y quizás habría que preguntarse si los aplausos, los apoyos morales, e incluso el suministro de armamento no habrán sido contraproducentes.

Se dice que el orden internacional ha cambiado sustancialmente, incluso que hemos vuelto a la Guerra Fría. Puede que sea así y que Putin sea el más interesado en este cambio de ciclo, pero los mandatarios de la OTAN, y especialmente Biden, no parecen muy apenados por el nuevo escenario. El mismo concepto estratégico de Madrid no colabora a mejorar mucho la situación, cuando califica a la Federación Rusa “de ser la amenaza más directay significativa para la seguridad de la Alianza y la paz y estabilidad en el área euroatlántica. E introduce a China en el texto calificándola de desafío sistémico. Lo más curioso es que tanto China como Rusia mantienen con los países europeos una fuerte interdependencia económica, lo que hace más paradójica la situación.

Por otra parte, tampoco se precisa ser amante de las teorías conspiratorias para ser conscientes de que el nuevo orden puede convenir a otros muchos intereses políticos y económicos, desde  la propia OTAN que ve reforzado su papel -el cual había quedado obsoleto, después de la Guerra Fría y de la disolución del Pacto de Varsovia-, a todos los países o empresas que se han convertido en suministradores preferentes de todos aquellos productos que Rusia y Ucrania no pueden o no quieren proporcionar, pasando sobre todo por los que se están beneficiando y se beneficiarán del incremento del gasto militar, que impone Biden bajo el principio de que todos deben colaborar.

Se dice que quien paga manda, lo cual es cierto, pero no lo es menos la afirmación inversa de que quien manda debe pagar. Por eso se entiende mal el victimismo de EE. UU. acerca de que el coste de la OTAN recae principalmente sobre los americanos. Para eso son el imperio y no dejan de demostrarlo cada vez que salen de su país. Solo hay que comparar la diferencia de trato, de protocolo y de prevalencia dados a las distintas delegaciones en Madrid y en general allá donde van.

España no debe confundirse, que los fastos hayan resultado deslumbrantes, que Madrid haya estado por unos días presente en toda la prensa internacional, que la marca España haya ganado puntos en cuanto a su hospitalidad y en referencia a las muchas maravillas artísticas que tiene, no quiere decir que, a partir de ahora, cuente mucho más en la Alianza Atlántica. La prueba es que, se pinte como se pinte, el tema de Ceuta y Melilla queda como estaba y su defensa sometida, tal como dijo el secretario general de la OTAN, a una decisión política. Sánchez tampoco debe engañarse, que haya obtenido las fotos tanto tiempo deseadas, que Biden se haya portado con él con mucha cordialidad, que incluso se haya atrevido a coger a su esposa por la cintura, no le concede una importancia política mayor dentro de la organización ni impide que en una próxima cumbre se repita el paseíllo.

Políticamente quizás lo único que se ha incrementado es el vasallaje y la aportación militar a guerras que nos quedan muy lejanas. La pretensión de Margarita Robles de descalificar a Yolanda Díaz argumentando que el gasto militar crea empleo en El Ferrol resulta cínica, cuando no patética. ¿Por qué no solucionamos el paro dedicándonos a la producción de marihuana?

La cumbre de las alpargatas, de las cuchipandas, de las Meninas y del turismo, ha finiquitado. Espectáculo un tanto obsceno, cuando en Ucrania se incrementaban el sudor, la sangre y las lágrimas, y cuando muchos ciudadanos europeos ven que sus economías se debilitan día a día por decisiones adoptadas a muchos kilómetros de sus fronteras por aquellos que ahora se comportan como un club de lujo, en vacaciones. Veremos cómo termina la guerra y, lo que es más incierto, la posguerra.

republica 14-7-2022