En una cosa estoy de acuerdo con Pedro Sánchez, en los momentos actuales la mejor política económica consiste en una eficaz e inteligente lucha contra la pandemia. Esta crisis es muy singular. Su génesis es exógena, no endógena. No se ha generado por factores económicos, tal como la de 2008, que obedeció a unos exorbitantes desequilibrios comerciales y financieros entre los países, inasumibles a medio plazo. La crisis actual se ha originado por una onerosa situación social, creada al margen de la economía y proveniente del mundo de la sanidad, una terrible pandemia. Que la actividad económica se recupere antes o después dependerá en buena medida de los éxitos obtenidos en el ámbito sanitario.

Si la política económica de este Gobierno, disfrácese como se disfrace, deja mucho que desear y el PIB del año 2020 se desplomó un -10,8%, situándose a la cabeza de todos los países de la Unión Europea en tasa negativa (el de la Eurozona fue del -6,5%), quizás sea en parte porque la lucha contra la pandemia ha sido un auténtico caos. La pugna contra el Covid, al revés de lo que afirma Sánchez, ha mostrado los problemas que el Estado de las Autonomías tiene a la hora de afrontar una crisis tan intrincada como la actual. El Gobierno, aparte de haber situado los intereses políticos por encima de los sanitarios, se ha mostrado impotente a la hora de ofrecer soluciones; ha sido un quiero y no puedo, un coitus interruptus. No ha existido planificación ni racionalidad ni coherencia.

Por citar tan solo el último caso. Cuando estábamos ya en la quinta ola, al Gobierno lo único que se le ocurre para infundir optimismo es eliminar la obligación de llevar mascarilla al aire libre, añadiendo la coletilla de la necesidad de guardar un metro y medio de distancia. Adición, esta ultima lógica, pero por ello innecesaria para la montaña, el campo o la playa, o tal vez también en ciertos parajes poco frecuentados, pero norma impracticable en la mayoría de ciudades y pueblos. ¿Cómo mantener el metro y medio de distancia? Aunque muchos ciudadanos con cierta prudencia optaron por llevar la mascarilla en todos los espacios, aunque estuviesen al aire libre, otros muchos se sintieron legitimados (lo había autorizado el Gobierno) para quitarse la mascarilla en cualquier espacio  abierto, fuese cual fuese la densidad de población en él. A la ministra de Sanidad, en el culmen del papanatismo, se le escapó aquello de la sonrisa, mostrando hasta qué punto eran esas las intenciones de Sánchez, lanzar un mensaje optimista que se tradujera en un clima favorable hacia el Gobierno. Lo cierto es que para algunos la sonrisa se ha transformado en una mueca lastimera.

Paradójicamente, las Comunidades, de forma bastante generalizada, han estado a la altura. Cada una de ellas se ha esforzado por salvar los muebles como ha podido, a pesar de no contar con los medios necesarios y teniendo enfrente a un Gobierno central que pretendía seguir mandando, pero que entorpecía más que ayudaba. El resultado no podía ser otro que un mapa totalmente heterogéneo, donde cada Autonomía campaba por su cuenta, tanto más cuanto que los distintos tribunales a los que había que someter muchas de las medidas que se adoptaban mantenían criterios dispares. El escenario, visto con perspectiva, es anárquico y caótico, y si no fuese porque se trata de un tema tan serio, cómico.

Pedro Sánchez, en una de esas homilías a las que nos tiene acostumbrados, sacó pecho vanagloriándose de que nuestro país va a la cabeza de la recuperación económica y es, según él, medalla de oro en la vacunación. “Imaginen un país que va primero en vacunación y que lidera las previsiones de recuperación económica. Ese es nuestro país” A pesar de que Sánchez lleva tiempo apuntándose tantos en el tema de la vacunación, el Gobierno central no ha tenido ni arte ni parte en ello, como no sea en el papel de mensajero. Todo el mérito es de los gobiernos autonómicos, que han actuado francamente bien en una logística complicada y que podrían haber ido a mayor velocidad si hubiese funcionado mejor el suministro. Tampoco en esta fase ha tenido nada que ver Sánchez, ya que se acordó que la adquisición se realizase por la Comisión centralizadamente y para toda la Unión Europea.

Bruselas, en este aspecto también se ha cubierto de gloria. El suministro ha sido un cuello de botella para nuestras Autonomías y se supone que para todos los países. No se explica que conociendo el coste que tenia la pandemia en términos económicos o, a la inversa, el beneficio que se obtendría de adelantar lo más posible la vacunación, se haya racaneado con el precio de las dosis, perjudicando la velocidad del suministro. Parece que no entendieron -o lo entendieron solo al final- que lo mejor para la economía de la Eurozona consistía en acelerar la vacunación todo lo más posible.

Por otra parte, si nuestro país está a la cabeza en el porcentaje de inmunización se debe también en buena parte a la resistencia que se da frente a la vacuna en amplias capas de población de otras naciones. Quizás hubiese sido en este último aspecto en el que podría haber intervenido el Gobierno, comprando directamente los excedentes que otros países se veían obligados a vender por no poder utilizarlos a corto plazo, ya que muchos de sus ciudadanos se declaraban negacionistas, si no del virus, sí al menos de las vacunas. Tampoco en esto el Gobierno se movió ni un ápice. Continuó, sin embargo, anclado en el triunfalismo, y atribuyéndose los logros que no le correspondían.

En su comparecencia Pedro Sánchez se vanaglorió también de que nuestro país lideraba las previsiones de recuperación económica. Hay un error de base, o más bien un engaño premeditado, por parte del Gobierno. Fijan la recuperación en la mayor o menor cuantía de las tasas de crecimiento o de empleo de 2021, sin tener en cuenta el suelo del que se parte, el desplome de los índices en 2020. Es lógico que en el presente año e incluso en 2022 nuestra economía presente mayores tasas que las del resto de países, dado que en 2020 la caída también fue mucho mayor.

Para conocer el ritmo de recuperación y relacionarlo con el de las otras naciones hay que examinar la cuantía que alcanzan determinadas variables en los momentos actuales, así como las que prevemos para el futuro, y compararlas con los valores que tenían antes de la pandemia, es decir en 2019. Sabremos así en qué medida nos acercamos a la recuperación. Llegaremos quizás al convencimiento de que nuestro país está lejos de liderar las previsiones de recuperación económica, y que se encuentra más bien a la cola de las otras naciones respecto al momento en que es previsible que retorne a los valores previos a la crisis.

Con la publicación de los datos de paro registrado del  pasado mes de julio y de la encuesta de población activa del segundo trimestre se ha hecho presente un discurso tan triunfalista como falaz, y lo malo es que los medios de comunicación repiten este mensaje y lo transmiten, unos por ignorancia y otros por malicia, sin ningún discernimiento ni análisis. Los titulares fueron de este cariz: «La afiliación marca un nuevo record en julio, 19,6 millones de trabajadores, y se produce una histórica caída del paro, 197.841 personas». La mayor caída del paro registrada jamás en toda la historia económica, titulaba El País.

Con Sánchez y sus acólitos todo es histórico, grandioso, lo más de lo más, los datos, los fondos europeos y cualquier otra cosa. En realidad, lo único que de verdad es histórico es la pandemia y por tanto atípico todo lo que sucede dentro de ella. Para calibrar el valor real de cualquier dato hay que cotejarlo con aquellos similares previos al inicio de la crisis sanitaria. De esta manera las conclusiones son muy diferentes. Toda otra comparación puede conducir a error, tanto más si lo que se pretende es engañar.

El paro registrado, según el Ministerio de Trabajo, alcanzó en el mes de julio del presente año la cifra de 3.416.498 trabajadores, a los que hay que sumar los 331.486 que estaban a 31 de julio en ERTE, que, en realidad, independiente de cuál sea su destino final, en este momento es un paro encubierto. El paro registrado en julio de 2019, según las oficinas del SEPE, ascendía a 3.011.483. Lo único que tienen de histórico estas cifras es que hay 736.501 parados más de los que teníamos en julio de 2019. A resultados parecidos se llega en cuanto al número de parados si empleamos los datos de la encuesta de población activa del segundo trimestre del año.

Solo podremos empezar a hablar de recuperación cuando nuestro PIB alcance al menos el nivel que tenía en 2019 y el número de parados se reduzca hasta la cota en la que se encontraba ese mismo año. E incluso entonces no vamos a poder decir en sentido estricto que la recuperación es total. Primero, porque es de suponer que en estos dos años algo hubiese crecido el PIB y algo se hubiese reducido el paro. Bien es verdad que el descenso de esta última variable se había desacelerado desde que Sánchez ocupaba el colchón de la Moncloa. Segundo, porque el stock de la deuda pública mantendrá en esa fecha, previsiblemente 2022, 2023, un valor considerablemente más elevado que el que alcanzaba antes de la pandemia, lo que se va a convertir en una losa para la economía española en los próximos años.

Está lejos de mi intención culpabilizar de todo a Sánchez y a su Gobierno. La epidemia y sus consecuencias están afectando a todos los países. Pero las respuestas son distintas y he ahí donde comienzan las responsabilidades de los políticos. Solo después de algún tiempo se podrán comprobar con nitidez los resultados. Lo que desde luego no es de recibo es que los gobiernos pretendan ocultar sus errores detrás de la crisis, y mucho menos que, tal como hace el español, pretendan con interpretaciones torticeras apuntarse medallas que no les corresponden. Pedro Sánchez suele repetir con frecuencia en sus homilías que él está por la recuperación y no por la crispación. Lo dice quien ha crispado primero a su partido y después a toda España desde que fue elegido secretario general del Partido Socialista.  

republica.com 19-8-2021