No sé si será el sistema de primarias por el que fue elegido o la propia idiosincrasia de Pedro Sánchez la que le conduce a la grandilocuencia, a la farfolla y al postureo. Caudillismo e ideas imperiales. En seguida hizo gala de ello, desde sus primeras andanzas, allá por 2016, en ese pacto que con gran boato firmó con Rivera, en la sala constitucional, la más solemne de las Cortes, bajo el retrato de los siete padres de la Constitución. El pacto, desde luego, no tenía ningún recorrido, un disparo al aire, mera traca, aunque insistieron una y otra vez que había llegado para quedarse, que tenía vocación de permanencia; sería tan sola la vocación. Lo llamaron también “para un gobierno de progreso”. En Sánchez todo se denomina “de progreso”, quizás por aquello de dime de qué presumes y te diré de qué careces.

Como no podía ser menos, en su enfoque de la epidemia ha seguido los mismos criterios. La incompetencia, los muchos errores e incluso determinados intereses bastardos se esconden en la prosopopeya, en los comités, en ruedas de prensa que son más bien homilías, en liturgia puramente ritual carente de contenido y de efectividad. De cara al futuro actúa de idéntica manera. Se propone repetir unos Pactos de la Moncloa sin saber muy bien en qué consistieron los originales, y mucho menos qué es lo que se pretende con los nuevos. Se habla de un pacto para la reconstrucción de España, pero digo yo que sería mejor un pacto para evitar la destrucción.

Tras los pactos de la Moncloa viene lo del Plan Marshall. Solo que ahora el terreno de juego es la Unión Europea y ahí el partido es más difícil, porque para cáscara sin contenido ya esta Europa, y si Sánchez es el de las grandes ideas, la Unión Europea es la de las grandes esperas. Nadie como Merkel y sus satelites para lanzar balones fuera. Total, que las egregias ideas y los excelsos planes de Sánchez quedan siempre para la próxima reunión. Hoy no se fía, mañana sí. En honor de la verdad este es el menor pecado del actual secretario general del PSOE, pues no solo le ha ocurrido a él, sino también a casi todos los presidentes de gobierno que le han precedido, incluso les sucede a muchos mandatarios extranjeros, como en el momento presente al presidente francés o al italiano.

En la última cumbre, celebrada el pasado 24 de abril, se ha desechado una vez más la idea de los eurobonos, que tan arduamente defendieron tanto el primer ministro italiano como el presidente español. Tan solo se han aprobado precisamente aquellos mecanismos que tanto Italia como España habían rechazado en la cumbre anterior por insuficientes. Todo se reduce a préstamos, con lo que no se soluciona absolutamente nada, puesto que incrementarán el endeudamiento ya estratosférico de ambos países, y en el fondo tendrá el mismo efecto que si se financiasen directamente en los mercados.

La cantidad se ha reducido a 500.000 millones (en la cumbre pasada se hablaba de 750.000). En la Unión Europea todas las cantidades son engañosas y terminan teniendo trampa. En este caso la cifra se desglosa en 200.000 millones de euros en avales del Banco Europeo de Inversiones orientado a las empresas en crisis, 100.000 millones del fondo denominado «Apoyo temporal para mitigar los riesgos de desempleo en una emergencia» –Support mitigating Unemployment Risks in Emergency (SURE)-, que aportaría la Comisión y 200.000 millones del Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE).

Con el SURE conviene no equivocarse. No se trata del germen de ningún seguro de desempleo comunitario, como alguna vez se nos ha intentado vender, y que tan a menudo ha reclamado Sánchez, sin ningún éxito, por supuesto. Nunca se constituirá. No hay ninguna socialización del gasto. Es un simple mecanismo para prestar (es lo único a lo que está dispuesta la UE, prestar) a los Estados miembros necesitados de financiación para acometer lo que la Comisión llama «regímenes de reducción del tiempo de trabajo», para entendernos nuestros «expedientes de regulación temporal de empleo» (ERTE). Parece que no es un invento español del que nos podamos sentir orgullosos, tal como pretendía la ministra de Trabajo.

El MEDE es de sobra conocido y de triste memoria por los hombres de negro y por los rescates, que tanto daño hicieron a ciertos países en la pasada crisis. Se afirma que en esta ocasión el recurso a este fondo se realizaría sin condiciones, pero la redacción es lo suficientemente ambigua como para que después quepan todas las interpretaciones. En cualquier caso, existe ya una condición y es que los recursos tengan que orientarse forzosamente al gasto sanitario. No diré yo que España no tenga que dedicar una parte mayor del presupuesto a la sanidad pública. La epidemia ha dejado bien claro el déficit que existe en esta área, pero en los momentos actuales, una vez pasada la punta de la epidemia, otras van a ser las necesidades más apremiantes.

Por otra parte, el recurso al MEDE puede tener efectos más negativos que positivos. La palabra rescate es tóxica en los mercados de capitales. Los recursos que, según dicen, nos corresponderían, 25.000 millones de euros (aproximadamente un 2% del PIB) no son una cifra excesivamente relevante, comparada con la emisión de deuda que va a tener que realizar el Tesoro Público Español. El recurso a los mercados financieros despertaría quizás mucho menos recelo que la petición de un rescate, por pequeño que sea. Hizo bien el primer ministro italiano en rechazar de plano esta opción y Pedro Sánchez debería haberle seguido, no dejando entrever la duda de si va o no a recurrir al MEDE.

En última instancia la prima de riesgo tanto de Italia como de España y de otros muchos países va a depender de la actuación del BCE. y este, a pesar de la metedura de pata inicial de la señora Lagarde afirmando que «no estaban allí para cerrar diferenciales», no tiene más remedio que impedir que los tipos de interés dentro de los Estados miembros diverjan excesivamente. De hecho, el mismo concepto de prima de riesgo es contradictorio con una unión monetaria. ¿Qué riesgo de tipo de cambio puede haber cuando se tiene la misma divisa? Siempre habrá que reconocer que uno de los grandes aciertos de Rajoy fue aguantar el pulso contra toda clase de presiones externas e internas para que pidiera el rescate.

Los problemas económicos y financieros que van a tener tanto Italia como España, como la misma Francia, son de otra magnitud y, dado sus altos niveles de endeudamiento, no se arreglan con préstamos tal como quieren Holanda, Alemania y los otros países del Norte. Los eurobonos ya se han caído del programa y el tan cacareado Plan Marshall de Sánchez se ha diluido entre las manos. No habrá deuda perpetua, ni transferencias a fondo perdido, como no sea en todo caso en una proporción muy pequeña. Tampoco la cantidad de 1,5 billones de euros es cierta. Tiene trampa. Las instituciones de la Unión Europea son auténticos artistas en manipular cantidades.

Esa cantidad representa alrededor del 10% del PIB comunitario. Ciertamente ese valor sería el mínimo al que tendría que ascender el presupuesto anual de la Unión (y no solo el extraordinario de una epidemia), si la moneda única no fuese un engendro y si se hubiese  conformado al mismo tiempo con una unión presupuestaria y fiscal. Solo oír ese porcentaje debe infartar a los mandatarios de los países del norte. Tan lejos estamos de él que, antes de que estallase con toda dureza el problema del coronavirus, la discusión más enconada de los 27 países en Bruselas era sobre el Marco Financiero Plurianual (MFP) y el enfrentamiento se concretaba entre los que apostaban por que el presupuesto ascendiese al 1% de la renta nacional bruta y los que querían acercarse al 1,11%.

Por lo pronto, el tema, no del Plan Marshall, pero sí del Fondo Europeo para la Recuperación, propuesto por la Comisión y con el que Sánchez se quiere ahora identificar, queda para una próxima reunión y se encarga a la propia Comisión que presente un proyecto, proyecto que en realidad ya existía, puesto que se había filtrado a los distintos medios los días anteriores a la cumbre. Como es habitual en estas reuniones, los países del Norte pretenden ganar tiempo. Está por saber cuántas reuniones más se necesitarán para aprobar alguna medida, que seguramente estará bastante descafeinada y muy alejada no solo de las peticiones de los países del Sur, sino incluso del proyecto que presente la burocracia de Bruselas.

Por las filtraciones de los estudios de la Comisión y de las mismas palabras de Merkel parece deducirse que la solución elegida pasa por incardinar el fondo dentro del MFP. Se aceptaría que el tope de gasto del presupuesto de la Unión pasase del 1,2 al 1,3% del PIB, a lo que se añadiría de forma extraordinaria para los años 2020 a 2022 un 0,6%. En total, el 1,9% que permitiría una emisión de bonos con cargo al presupuesto comunitario de aproximadamente 323.000 millones de euros. Esta sería la cantidad real que pondría la UE, porque el resto hasta el billón y medio sería mediante apalancamiento, es decir, inversión privada, apoyada en una parte de los 323.000 millones anteriores.

Ni que decir tiene que los recursos provenientes del apalancamiento estarán más que condicionados, ya que se concretarán en los proyectos que los inversores consideren más convenientes de acuerdo con sus intereses. Tal vez sirvan para detener, aunque sea parcialmente, el deterioro de la actividad económica, pero no para aliviar, al menos de forma directa, las necesidades de financiación del sector público de los diferentes países. Tan solo de forma indirecta y dependiendo de qué proyectos se acometan, influirán en los erarios públicos al reactivar la economía, si es que lo consiguen. Veremos incluso si no se le exige al país en cuestión que apalanque también con sus propios recursos los diferentes proyectos, con lo que al final puede quedar lo comido por lo servido y el dinero irse en inversiones que interesarán al sector privado, pero quizás no en la misma medida a la utilidad pública.

Hablemos por tanto en todo caso de los 323.000 millones, que es todo lo que va a estar disponible para los Estados, aunque restándole la parte necesaria (afirman que un 10%) que se dedicará a los apalancamientos. Es sobre esta cantidad sobre la que en todo caso se cuestiona si se va a canalizar mediante transferencias o a través de préstamos. La Comisión, para intermediar entre los países del Norte y los del Sur, ha afirmado que intentará llegar a una solución equitativa. Había lanzado la cifra del 40% en transferencias. En el mejor de los casos y es muy dudoso que Alemania y el resto de acólitos transijan, los recursos destinados a transferencias en ningún caso, por tanto, sobrepasarían los 120.000 millones de euros, un 0,8% del PIB de la UE. Suponiendo que España e Italia fuesen países privilegiados en el reparto por la principal incidencia que ha tenido en ellos la epidemia, podríamos esperar que le pudiera corresponder a cada uno alrededor del 1,5% de sus respectivos PIB. Cantidades ciertamente importantes, pero a mucha distancia de lo que van a necesitar. Todo lo demás, por uno u otro procedimiento, serían préstamos que solucionarían bien poco, cuando no, como hemos indicado anteriormente, tuviesen un efecto negativo.

La cuestión estriba en que, al margen de construcciones ingeniosas, y se vista como se vista, los países del Norte no están dispuestos a introducir ningún mecanismo que signifique redistribución. Pero con esos planteamientos no puede mantenerse ni un mercado único ni una unión monetaria. Como Macron con razón les ha reprochado, si los países del Norte son ricos, lo son gracias a los países del Sur. Del mismo modo que la prosperidad de Cataluña, el País Vasco y Madrid, depende del resto de regiones españolas; al igual que la Italia del Norte se apoya en la Italia del Sur.

Es el juego que se produce en todas las sociedades que conforman una unidad económica. Las desigualdades que crea la ley de la oferta y la demanda tienen que compensarse mediante mecanismos de redistribución fiscal. Ese esquema tan elemental y tan simple no se tuvo en cuenta al firmar Maastricht (tan solo el señuelo de los fondos de cohesión) y ahora los países ganadores no están dispuestos a que estos graves defectos de partida se corrijan.

Sánchez tiene que salir de la ensoñación de que la UE le va a resolver los problemas. Tal vez lo más que puede esperar es alguna ayudita y seguramente envuelta en papel de estraza. Dejando los juegos malabares aparte, nos financiemos como nos financiemos, dependemos y vamos a depender absolutamente del BCE, que impondrá sus condiciones. El presidente del Gobierno debe reprimir esa tendencia populista de moverse de decreto ley en decreto ley, tirando de talonario como si la cuenta fuese infinita, improvisando, sin calcular el coste de cada medida y sin prever qué ingresos van a financiar el gasto. A su vez, el jefe de la oposición debería contener su afán por emular a Sánchez en ocurrencias y dejar de ir por ahí haciendo propuestas alocadas de bajadas de impuestos, cuando se nota además su total desconocimiento del sistema fiscal. Pueden ser muy populares, pero sin pies ni cabeza. Echémonos a temblar, porque entre Pedro y Pablo en la Comisión parlamentaria de la reconstrucción les puede dar por echar una carrera a ver quién concede más prebendas y, en lugar de reconstruir, terminemos por destruirlo todo.

Republica.com 1-4-2020.