¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo? Algo parecido se podría decir de la Unión Europea. Las instituciones y los mandatarios europeos son expertos en desfigurar las palabras y manejarlas con el sentido contrario al que realmente tienen. Todos los medios de comunicación han divulgado, pletóricos de euforia, la buena nueva. La prensa suele ser cómplice de las instancias oficiales en la transmisión de las noticias que distorsionan la realidad. Europa avanza, han dogmatizado los titulares. La razón: que el Eurogrupo había aprobado crear un presupuesto para la Eurozona.

Expuesta así, la noticia era de envergadura. Muchos de los que hemos criticado la Unión Monetaria hemos basado nuestra repulsa en que la ausencia de una unión fiscal, es decir, la carencia de un presupuesto, condenaba a la Eurozona al fracaso e incrementaba los desequilibrios y desigualdades entre los Estados. En principio, por tanto, era de pura lógica que a las 4,30 de la madrugada, al terminar la reunión del Eurogrupo, el resultado del acuerdo produjese entre todos los asistentes un clima de euforia y optimismo. El ministro de finanzas francés, Bruno Le Maire, calificó el pacto de mini revolución. En la misma línea, el alemán Olaf Scholz se refirió a ello como “un gran salto”. Más comedido fue el presidente del Eurogrupo, Mario Centeno, que declaró: “Hemos dado un número de pequeños pasos que, combinados, dan como resultado un progreso real”. El comisario de Asuntos económicos, Moscovici, se mostró mucho más prudente y, poniéndose la venda antes de la herida, pidió que no se desprecie la “importancia simbólica” del acuerdo.

Se comprende que recurriese a la importancia simbólica, porque no hay posibilidad de encontrar otra, ya que, si se va mas allá de los titulares, se descubre que el rey está desnudo, es decir, que el acuerdo nace vacío de contenido. Lo que se ha diseñado carece de cualquier similitud con un verdadero presupuesto. Es un mero fondo. Aunque no se han dado demasiadas explicaciones, parece vislumbrarse como un híbrido entre los de Fondos de cohesión y el MEDE. Solo se sabe que se dirigirá a inversiones y a reformas. Ni se cuantifica ni se especifica su financiación. Ahora, eso sí, ya se adelanta que las inversiones tendrán que ser cofinanciadas por los países beneficiarios. Se presume que el instrumento creado -si finalmente ve la luz- será un parche más, orientado a despejar el balón y que, como mucho, al igual que los de cohesión, el MEDE o el FEDER, servirán para aliviar u ocultar los problemas de la Unión Monetaria temporalmente, pero en modo alguno la harán viable a medio plazo.

Lo que resulta palmario es que no se puede tomar como un presupuesto, tal como lo entiende cualquier teoría sobre la hacienda pública, y tal como se da en cualquier Estado por muy federal o confederal que sea, y como resulta necesario para que una Unión Monetaria pueda funcionar y no genere mayores desequilibrios entre los países. Un presupuesto comunitario para la Eurozona, aun cuando partiese de un esquema muy simple, debería contar al menos con algunos elementos esenciales. En primer lugar y de forma ineludible, con figuras tributarias propias que recayesen por igual sobre todos los ciudadanos europeos (no sobre los países) y cuya única diferencia estuviese marcada por la capacidad económica. En segundo lugar, con mecanismos claramente redistributivos y anticíclicos como puede ser un seguro de desempleo unitario.

El seguro de desempleo constituye un buen instrumento anticíclico, pero es muy posible que en momentos de dificultades aquellos países más castigados por la crisis y que tengan que realizar ajustes, al carecer de moneda propia, no puedan utilizarlos, porque los mercados no se lo permitan. Parece lógico, por lo tanto, que exista un sistema colectivo que sea global y distribuya los costes para toda la Eurozona. Existe, además, un argumento de justicia. La imposibilidad de modificar el tipo de cambio entre los países miembros genera grandes diferencias en los saldos del sector exterior, lo que se traducirá en tasas de paro también muy dispares. Mientras unos países Alemania, Holanda y Austria presentan unas tasas de desempleo del 3,5%, 3,9%, y 4,8%, respectivamente, otros presentan tasas de paro mucho más elevadas: Grecia (18%), España (15%), Italia (10%), Francia (9%) y Chipre (8%) etc. Ambas situaciones son cara y cruz de la misma moneda. El coste de soportar el paro debería recaer, por tanto, sobre la totalidad de la Eurozona.

El tema resulta tan evidente que en la actualidad lo defiende, por supuesto sin éxito, el propio comisario de Asuntos económicos. De ahí su decepción, al salir el otro día de la reunión del Eurogrupo, y no tener más remedio que hablar de valor simbólico. Lo cierto es que, de acuerdo con esa misma lógica, la idea (por supuesto solo la idea) lleva presente en Europa hace ya algunos años. En 2015 el informe llamado de los cinco presidentes (Comisión, Consejo, BCE, Eurogrupo y Parlamento) lo proponía y fijaba la fecha de 2017 para su entrada en vigor. Estamos en el 2019 y la propuesta continúa en el mundo de las ideas y es de prever que allá se perpetuará, y si en algún momento se implanta será deformada y jibarizada, de manera que no cumpla sus objetivos, pero sobre todo que no mutualice costes ni implique políticas redistributivas.

Es la norma en Europa. Buen ejemplo de ello lo tenemos en la Unión Bancaria aprobada hace ya seis años, pero cuya implantación solo se ha hecho realidad en aquellos elementos que representan traslado de competencias a los órganos comunitarios, y aun ello con bastantes limitaciones. Por el contrario, ni visos de todo lo que signifique mutualización de riesgo, de costes o de deudas. Sigue sin desarrollarse el fondo de garantía de depósitos europeo. En este tema, la última reunión del Eurogrupo no ha dado ningún paso hacia adelante. Tampoco el Fondo Único de Resolución Bancaria ha entrado en funcionamiento. No ha asumido el coste de las últimas crisis de entidades financieras -Popular en España y Veneto Banca en Italia-, ya que ha recaído sobre los respectivos países: accionistas en el Popular y contribuyentes en el Veneto.

El fracaso -aunque muchos de los participantes y parte de la prensa lo califiquen de forma distinta- de la última reunión del Eurogrupo, pone en evidencia entre otras cosas la petulancia de Macron que, con engreimiento y frivolidad, creyó que él solo era capaz de arreglar todos los problemas de la Moneda Única. Merkel le ha tomado el pelo. Pretendió hacer un pacto con la canciller alemana por el que se comprometía a aplicar en Francia las medidas que venían exigiendo las instituciones europeas, a condición de que Alemania y los países del Norte admitiesen en la Unión Monetaria las reformas necesarias, entre ellas la creación de un presupuesto de la Eurozona. Merkel dio buenas palabras, pero como siempre echó balones fuera. El presidente francés sí introdujo muchas de las medidas de ajuste, hasta el punto de incendiar el país galo con la revuelta de los chalecos amarillos y perder más y más popularidad, lo que hace muy improbable su reelección. Pero de las reformas de la Eurozona, como se ha visto en la última reunión, han quedado solo una sombra, porque sombra de presupuesto es lo que acaba de aprobar el Eurogrupo.

Macron, sin embargo, continúa creyéndose el gran líder de Europa y está alborotando el Consejo, en ese mercadillo que mantienen los jefes de gobierno para repartirse los cargos de la Unión Europea. Merkel, abandonando el lenguaje diplomático, ha llegado a exclamar: «Macron no manda aquí. Esto no es Paris, sino Bruselas». Y es que Macron se considera una especie de emperador respecto a determinados territorios entre los que debe estar España, porque de manera inaudita se ha permitido intervenir en la política interna de nuestro país, manifestando los pactos que le gustan o no le gustan. Claro que ello difícilmente hubiera sucedido si no se lo hubiese pedido el propio presidente del Gobierno español que, como contrapartida, se ha convertido en su acólito en Europa. Mala costumbre esta de recurrir a los extranjeros para solucionar los pleitos internos. A Sánchez se le ha debido pegar de sus, a veces, compañeros de cama, los independentistas. El internacionalismo de los conflictos tiene profundas raíces españolas. Salvando las enormes diferencias de tiempo y ocasión, también el rey felón reclamó la intervención de los cien mil hijos de San Luis para finiquitar el trienio liberal e iniciar la década ominosa.

Macron, acosado por Le Pen, es muy sensible a los populismos, pero poco al secesionismo, ya que no le molestan los pactos que Sánchez realiza con los golpistas. El populismo parece estar de moda, aunque nadie sabe muy bien qué es. Tal vez porque lo haya de múltiples clases. Populista es, a mi entender, también quien utiliza los partidos políticos para su ascenso, los denigra después y pasa de ellos para crear su propio movimiento, plataforma o como quiera que se llame, convirtiéndose en su caudillo. Macron, Valls, Carmena, podrían servir de ejemplo. Acaso también Sánchez, si bien por otro camino, el de las primarias, sistema plenamente populista.

republica.com 28-6- 2019