Los sanchistas han pedido al PP y a Ciudadanos que, por el “bien de España”, se abstengan en la votación de investidura a la presidencia del Gobierno. Saben de sobra que esto no va a ocurrir, pero les sirve como excusa de su previsible pacto con los secesionistas, responsabilizando de la decisión al resto de las formaciones políticas. Ciertamente los partidos nacionales, durante los últimos cuarenta años, deberían haber tenido en cuenta lo del «bien de España», para pactar entre ellos y ponerse de acuerdo en que el gobierno nunca dependiese de los partidos nacionalistas y de aquellas otras formaciones que, lejos de defender el interés de todo el Estado, se cuidan solo del provecho de una región o territorio concreto. Pero, de hecho,no ha sido así.

La superación del bipartidismo alentaba cierta esperanza, pronosticaba que la multiplicación de formaciones políticas tal vez hiciese posible el acuerdo entre ellas y, en consecuencia, innecesario, el chantaje nacionalista o regionalista. No ha ocurrido nada de eso. Más bien, todo lo contrario. El problema ha empeorado. Primero porque algunos de los que eran nacionalistas se han transformado en independentistas, incluso en sediciosos. Segundo porque las formaciones regionalistas o reducidas a un solo territorio se han multiplicado como las setas, aun en Comunidades en las que nunca se hubiese sospechado que algo así llegase a ocurrir.

Tras las elecciones del 28 del pasado abril, continúa viva la conveniencia de que el Gobierno se libre del chantaje nacionalista y, dados los resultados obtenidos, la única vía posible es que la alianza se trenzase entre PSOE y Ciudadanos, pero parece que eso tampoco es viable. Rivera ha reiterado con frecuencia a lo largo de la campaña electoral que no pactaría nunca con Pedro Sánchez. Una promesa intempestiva e imprudente cuya única finalidad era disputar absurdamente el liderazgo de la derecha al PP, pero que le hizo perder el centro a favor del PSOE. Ahora bien, eso no representa ciertamente el mayor obstáculo, ya que no es la primera vez que Rivera cambia de opinión. Terminó pactando con Rajoy cuando había afirmado que no lo haría nunca.

La causa de la gran dificultad de este pacto no se encuentra en el líder de la formación naranja, sino en el propio Pedro Sánchez. La invitación de Sánchez y sobre todo la motivación que aduce no se pueden tomar muy en serio cuando provienen de quien en 2015, ante una situación similar pero a la inversa, se negó a cualquier negociación o apoyo a Rajoy hasta el extremo de que tuvieron que repetirse las elecciones pagando incluso el coste de obtener peores resultados. Esta pérdida de escaños no le hizo cambiar de táctica, por el contrario, continuó acariciando la idea de conseguir un gobierno Frankenstein.

No deja de ser irónico que los sanchistas demanden ahora la abstención cuando rompieron la disciplina de partido y Pedro Sánchez dimitió de su acta de parlamentario para no tener que abstenerse en la investidura de Rajoy. Es difícil tomar en serio tal petición cuando el actual secretario general del PSOE hizo del «no es no» y de la imputación de pactistas a sus contrincantes el arma principal en las primarias. Su victoria no se basó en la España multinacional, sino en la utilización de los sectarios sentimientos anti PP de la militancia socialista, simétricos a los que las bases del PP tienen frente al PSOE.

Una vez de nuevo en la secretaría general del PSOE, no solo no evitó «por el bien de España» que Rajoy pactase con los nacionalistas del PNV, sino que le incitaba a ello para justificar su falta de apoyo, ocasionando que el Gobierno pagase (la sociedad entera) un elevado precio. Pero, sobre todo, la petición de los sanchistas aparece como el culmen de la hipocresía y evidencia que no van en serio cuando se confronta con la moción de censura y los nueve meses de gobierno posteriores, en los que Pedro Sánchez no solo llega al poder con los votos de nacionalistas e independentistas, sino que les hace todo tipo de cesiones con la finalidad de mantenerse en el poder.

La falta de credibilidad de la solicitud de los sanchistas se hace patente cuando se analizan las semejanzas y desemejanzas entre la situación creada tras las elecciones del 2015 y la situación actual. En las elecciones del 2015, el PP como partido más votado obtuvo 123 diputados, el mismo número que ha conseguido el PSOE como formación triunfadora en los últimos comicios. En 2015, se quebró el bipartidismo y esta superación se mantiene en los momentos presentes. Pero a partir de ahí comienzan las diferencias.

En el 2015, Rajoy, nada más conocer los resultados, fue consciente del nuevo escenario en el que a partir de entonces se iba a desarrollar la realidad política, un abanico mucho más abierto y en el que ningún partido podría gobernar por sí mismo, ya que necesitaría siempre el concurso de otro u otros. Creyendo también que el problema más importante de España era la rebelión en Cataluña y la posible disgregación territorial generada por el nacionalismo, lo primero que hizo fue llamar al diálogo y a la negociación a las fuerzas políticas que consideraba constitucionalistas, diálogo totalmente abierto sin prejuzgar el tipo de alianza que al final se produjese, bien gobierno de coalición, bien pacto de legislatura o simplemente acuerdo para la investidura.

Sin embargo, como es sabido, este posible consenso fracasó desde sus inicios por la negativa radical de Sánchez a sentarse a negociar con Rajoy. De haberse llegado a un pacto, del tipo que fuese, los acontecimientos en Cataluña seguramente hubieran sido distintos. La unión de los tres partidos habría puesto las cosas mucho más difíciles a los independentistas, y les hubiera hecho pensar más sus actos. Pero es que incluso desde la óptica económica y social los resultados habrían sido más positivos. En lo económico, mayor estabilidad; y, a la vista de lo que Rajoy cedió frente a Ciudadanos y al PNV, cuánto más grandes no hubieran sido sus concesiones sociales a lo largo de esos cuatro años de haberse llegado a un acuerdo desde el principio; seguramente bastante más importantes que los obtenidos en toda esta frustrada legislatura, incluyendo los nueve meses de gobierno de Pedro Sánchez.

La oferta al diálogo de Rajoy parecía totalmente sincera. Contrasta, por tanto, con la petición que los sanchistas hacen a Ciudadanos para que se abstengan. No es creíble ni están dispuestos a hacer nada para conseguirlo. En primer lugar, porque en ningún momento se propone como negociación, sino como un voto de adhesión sin nada a cambio. En segundo lugar, porque, cuando se produce, el PSOE de Pedro Sánchez ha tomado ya determinadas decisiones que indican bien a las claras cuáles son sus preferencias y por dónde va a orientarse su actuación política. Se intuye que se encamina en la misma dirección de los nueve meses anteriores de gobierno.

El pacto para la constitución de las mesas de Congreso y Senado no indica para nada que su propuesta a Ciudadanos fuese en serio. El nombramiento en las dos Cámaras de presidentes del PSC y con posturas más bien ambiguas frente al nacionalismo, y las primeras actuaciones de ambos indican sin género de duda cuál va a ser el tratamiento y la relación con los golpistas, más cerca de ellos que de los constitucionalistas. En especial, Batet nos va a proporcionar días de gloria. Miguel Cruz, por su parte, en una entrevista retaba a que le dijesen qué motivos había en los momentos actuales para aplicar el 155. Me atrevo con modestia a remitirle a mi artículo de hace quince días en estas mismas páginas.

Dados estos resultados electorales, las encuestas indican de forma clara que el pacto preferido por la mayoría de los españoles sería el de PSOE y Ciudadanos. Incluso entre los mismos votantes del PSOE. Tal vez estén pensando en el «bien de España». Nunca he sabido muy bien qué es eso de España. Quizás el resultado de un devenir histórico. Lo que sí sé bien es lo que es el Estado español, que sin duda podría ser otro, pero es el que es y en él se asientan el derecho, la democracia y la única posibilidad de mayor igualdad. Todo ataque al Estado es un asalto a esas realidades. Su desintegración nos retrotrae a la tribu. ¿Por el bien de España? Por el bien de los españoles, por el bien del Estado, la actuación del PSOE debería ser bien distinta.

republica.com 31-5-2019