Hace más de cinco siglos que Maquiavelo intento describió los mecanismos por los que, según él, se rige la política; muy distintos, desde luego, de los que imperan en el campo de la ética y de la moral. El fin justifica los medios, y el fin es el poder, alcanzarlo o mantenerlo. Pero curiosamente todos los políticos pretenden, por el contrario, convencernos de que sus actuaciones se basan en el más puro altruismo. Unos y otros nos dicen que todos sus movimientos van únicamente destinados al bienestar de la sociedad. Todos son unos benefactores. Claro que en esto como en cualquier otra cosa existen grados y hay quien lleva el cinismo al extremo. Pocos especímenes como Pedro Sánchez. Ha roto todos los moldes.

Lo malo es que, según parece, Maquiavelo tenía razón. El fin justifica los medios. Todo se le perdona al triunfador, y poco importan los medios de los que se haya valido para alcanzar el objetivo. Las expectativas electorales eran totalmente adversas a Pedro Sánchez hasta que decidió acometer uno de los actos más indignos que se han visto en la política española: llegar al poder con el apoyo de los partidos que acababan de intentar un golpe de Estado. Por mucho que algunos repitan que este reproche no tiene consistencia, lo que resulta inconsistente es querer comparar el apoyo en una moción de censura constructiva, en la que se nombra un presidente de gobierno, con el hecho de que varias formaciones situadas en las antípodas políticas puedan coincidir en algún momento y de forma accidental en el signo del voto, aunque sea para rechazar unos presupuestos.

La prueba más palpable de que el apoyo de los golpistas a Pedro Sánchez no era meramente coyuntural se encuentra en que este último no se creyó obligado a convocar elecciones, tal como había prometido, y se dispuso a gobernar, lo que indicaba que contaba con una mayoría para ello -la misma que le había apoyado en la moción de censura- y que, por lo tanto, existía un acuerdo explícito o implícito con los golpistas. No es el momento de hacer una lista de las múltiples concesiones que a lo largo de estos meses ha venido haciendo el Gobierno a los sediciosos para mantenerse en el poder. Son de sobra conocidos e indican claramente la unión espuria que representaba el gobierno Frankenstein, lo que desde el punto de vista ético representará siempre un baldón para Pedro Sánchez y cada uno de sus ministros, ya que han llegado a su puesto gracias a aquellos que han atentado contra la legalidad y la Constitución.

Era de esperar que la sociedad española estuviese presta a castigar electoralmente tamaña felonía, pero pronto se vio que no era así, que al parecer la política discurre por otros vericuetos, en los que el poder lo es todo y este ejerce una enorme atracción sobre todos los grupos sociales. En cuanto Pedro Sánchez llegó a la presidencia del gobierno, las encuestas empezaron a cambiar de signo, muchos de los medios de comunicación comenzaron a justificarle y se encontró en sus manos con toda una serie de instrumentos, empezando por TVE, que no dudó, como era de suponer, en utilizar sectariamente.

La confirmación de todo ello ha sido el resultado en las elecciones de este pasado domingo. Es cierto que durante la campaña Sánchez se cubrió con piel de cordero y negó cualquier connivencia con los independentistas, lo que no supo o no quiso hacer Podemos, con lo que el trasvase de votos de esta formación hacia el PSOE estaba asegurado. Al mismo tiempo, supo agitar el miedo a la ultraderecha, metiendo en este mismo saco a todos los partidos. Hay que reconocer, sin embargo, que ello fue posible también por los muchos errores cometidos por los tres partidos que se denominan constitucionalistas que persiguiendo unos objetivos consiguieron justamente los contrarios. El revés de la trama.

“El revés de la trama” es una de las principales novelas de Graham Greene, ambientada en una colonia, Sierra Leona, y cuyo protagonista es un oficial de policía, Sobie, quien asume el papel de figura trágica porque a lo largo de la trama los resultados que va obteniendo de todas sus acciones son precisamente los contrarios de los que pretende. Incluso su suicidio final, que acomete pensando que arreglaba así el problema de las dos mujeres que ama, resulta no solo inútil sino también contraproducente.

Algo parecido le ha ocurrido a la derecha. Lo ha dicho claramente Abascal. Hoy estamos peor que ayer, lo que es totalmente cierto, desde su punto de vista. Sin embargo, los líderes de Vox están lejos de hacer examen de conciencia, y de reconocer que algo tienen que ver en el hecho de que Pedro Sánchez vaya a poder gobernar. Lo mismo ocurre con muchos medios y creadores de opinión del ámbito de la derecha. Ahora lloran y se rasgan las vestiduras, pero no reconocen que la situación actual ha sido posible entre otros motivos por el acoso y derribo al que sometieron a Rajoy. Quieran o no admitirlo, con la dimisión de Rajoy comenzó la debacle del PP y, antes o después, le echarán de menos.

Abascal se manifestaba la otra noche eufórico por el hecho de que su voz vaya a estar en el Parlamento. Alguien le podía preguntar ¿y para qué? A lo mejor descubre que su presencia va a ser totalmente inútil, porque al final y a la hora de votar todo es cuestión de mayorías y las prédicas y la retórica tan solo valen para la satisfacción personal. Si su finalidad y objetivo era echar a Pedro Sánchez e implementar el 155 en Cataluña, han conseguido precisamente todo lo contrario. Le han confirmado para cuatro años y han hecho imposible la aplicación del 155, al dar la mayoría del Senado a los sanchistas.

Un caso no muy distinto es el de Rivera. Aparentemente se ha perfilado como ganador en estas elecciones, pero ¿ciertamente es así? En la pasada legislatura Ciudadanos con pocos diputados estuvo en una situación excepcional, condicionando en buena medida al Gobierno. Equivocaron también el tiro al utilizar la famosa sentencia de la Gürtel para dar el pistoletazo de salida al acoso a Rajoy, que dio ocasión a Sánchez a lanzarse a la moción de censura. No cabe duda de que durante estos meses su situación empeoró notablemente. Ha pintado mucho menos y ha tenido que ver cómo el Gobierno de la nación se entregaba, al menos parcialmente, en manos de los secesionistas, lo que resultaba especialmente hiriente para la formación naranja.

En rueda de prensa, el domingo, Rivera se presentó optimista, casi eufórico, por el incremento substancial que había obtenido en el número de diputados. Pero ¿ello le va a proporcionar una situación mejor? Presiento que no, como no termine pactando con Pedro Sánchez, escenario que parece rechazar, pues da la impresión de que su objetivo es arrebatarle el liderazgo de la derecha al Partido Popular. Para ello sí le puede servir contar con un número mayor de escaños, pero desde luego no para influir en la realidad política española. El bloque constitucionalista, al que apela continuamente Rivera, tendrá menos fuerza y eso contando con una formación de la que Ciudadanos reniega, Vox, y con la que no le hará ninguna gracia negociar. Pedro Sánchez se encontrará mucho más libre para pactar con los golpistas, ya que los electores no le han castigado por ello y por supuesto que se olviden del 155, ya que la mayoría en el Senado la va a tener ahora el PSOE.

Ciudadanos se fijó como objetivo disputar los votos al PP. De ahí la promesa de Rivera de no pactar con Pedro Sánchez, con lo que lanzaba un mensaje a sus votantes -pero potenciales votantes del PP- de tranquilidad, garantizándoles que su voto de ninguna manera iba a servir para investir a Pedro Sánchez; pero con ello renunciaba a quitar votos al PSOE. Esta estrategia ha servido, quizás, para incrementar el número de sus electores, pero no para aumentar el total de apoyos del conjunto del bloque llamado constitucionalista, ya que lo que se ha producido es una simple redistribución interna.

El Partido Popular ha colaborado también activamente al éxito de Pedro Sánchez. Determinados planteamientos y los nuevos fichajes, en muchos casos extremistas o folclóricos, no ponían demasiado fácil que se les pudiera votar. Su viraje teórico a las posiciones de Aznar, hoy en el extremo ideológico de la propia derecha; la asunción en materia económica de un neoliberalismo rabioso, representado en la captación de algún economista de sobra conocido por su profundo dogmatismo en las posturas más reaccionarias; la increíble facilidad con la que se han metido en todos los charcos: pensiones, salario mínimo, aborto, con posturas ambiguas que dejaban flancos abiertos a la interpretación interesada de sus adversarios y que precisaban después de aclaraciones, lo que hacía que la partida estuviese perdida de antemano, todo ello ha repelido a potenciales votantes. La obsesión por competir con VOX le hizo perder el centro y la lucha con Ciudadanos.

Determinados datos relativos a los que se ha identificado como bloques diferentes/ (PSOE y Podemos, por una parte, y PP, Ciudadanos y Vox, por otra) son clarificadores:

1) A pesar de la sustancial diferencia de escaños en estas elecciones, los porcentajes de votos son similares en los dos bloques.

2) Los porcentajes también son idénticos, con pequeñas variaciones, a los de los comicios de 2015 y 2016. A pesar de esa práctica igualdad, se producen variaciones muy fuertes respecto a estos años en el número de escaños, lo que implica cambios notables en el control de las cámaras, ocasionados tan solo por la movilidad de los votos intergrupo y dependiendo de la mayor o menor división interna.

3) Un hecho significativo y al mismo tiempo paradójico es que el porcentaje obtenido en esta ocasión por Pedro Sánchez es del 29%, y se considera un gran triunfo del PSOE. En 2011, Pérez Rubalcaba alcanzó un porcentaje del 28,76% y se calificó de enorme desastre electoral, hasta el punto de tener que dimitir al día siguiente. La diferencia no está en los resultados obtenidos por el PSOE y tampoco en los obtenidos por la derecha, sino en la división de esta. En 2011 estaba solo el PP con un porcentaje del 44%. En estas elecciones la derecha ha obtenido un porcentaje similar (43%), solo que dividida en tres formaciones políticas.

El previsible gobierno de Pedro Sánchez (gobierno, que no triunfo, porque no se puede calificar de tal lo que en 2011 fue tenido como la mayor debacle del partido socialista) se va a basar fundamentalmente en dos hechos:

El primero, el extremismo de una parte de la derecha que estaba impaciente por echar a Pedro Sánchez y meter en vereda a los independentistas, y que curiosamente ha conseguido el efecto contrario. El revés de la trama.

El segundo, la falta total de escrúpulos de Pedro Sánchez, que por llegar al gobierno está dispuesto a pactar si es preciso con el diablo, como ya ha demostrado, y la ceguera de una parte de la sociedad (solo el 29%) que ha confirmado una vez más que el fin justifica los medios.

republica.com 3-5-2019