Mi buen amigo Luis Velasco, a finales del pasado mes de septiembre, escribía un artículo en este diario digital con el título «Elecciones generales, ya, por favor». Se unía así a las muchas voces, y a gran parte de la opinión pública, que vienen reclamando la disolución de las Cortes y la convocatoria de comicios. Sin duda, tienen buenas razones para ello, pero no siempre lo político se encamina por la senda de lo razonable, como demuestra el hecho de que se haya querido gobernar con 84 diputados y con el apoyo de un conglomerado tan heterogéneo de partidos que resulta imposible cualquier acuerdo, tanto más cuanto que entre ellos se encuentran formaciones secesionistas cuyo único objetivo, por lo menos es lo que dicen, es la independencia.

Me temo que esta sea una de esas ocasiones en las que lo razonable escapa de lo político y que, por lo menos de manera inmediata, no habrá convocatoria de elecciones. Todo indica que Pedro Sánchez está dispuesto a enrocarse en la Moncloa. Ya lo dice la portavoz con tono solemne: «Este Gobierno es de granito engrasado». Por lo visto, el engrasado debe de ser más duro que el granito a secas. Será por eso que le resbale todo. En cualquier caso, lo que sí parece seguro es que, dure lo que dure, esta es una legislatura fallida. En realidad, lo deberíamos de haber intuido desde el principio, desde el mismo momento en que Pedro Sánchez se encastilló en lo del «no es no».

Éramos muchos los que veíamos con gran recelo el bipartidismo que, junto con la injusta ley electoral en vigor, nos condenaba o bien a la mayoría absoluta de un partido, estableciéndose un gobierno un tanto despótico, o bien a que una formación nacionalista prestase sus votos y cobrase el correspondiente peaje que, además de romper la equidad con otras Autonomías, producía los efectos desastrosos que en estos últimos años estamos presenciando. Así que saludamos con cierto optimismo el hecho de que la crisis económica dibujase un nuevo mapa electoral. Pensábamos que era el momento de la negociación, de los acuerdos y del consenso.

Hay que reconocer que Rajoy supo ver desde el primer día la nueva situación política creada y, habiendo sido el partido más votado, estuvo presto al consenso, ofreciendo la negociación y el diálogo por lo menos a los dos partidos que él consideraba constitucionalistas, sin cerrar ninguna forma de acuerdo, desde la coalición de partidos, hasta los compromisos puntuales, pasando por el pacto de legislatura. La proposición tenía sentido, ya que los dos problemas centrales con los que se enfrentaba España eran el problema catalán, ante el que se suponía que las posturas de las tres fuerzas eran convergentes, y la crisis económica, en la que, campañas publicitarias y electorales aparte, tampoco podía haber diferencias sustanciales, ya que los tres defendían la Unión Monetaria y por ende los condicionantes que esta imponía.

El PSOE, como partido que se postula de izquierdas, podría haber aprovechado el escaso margen que dejaba la carencia de moneda propia, para haber obtenido los beneficios sociales y las medidas progresistas posibles a lo largo de toda la legislatura, cualquiera que hubiese sido el tipo de acuerdo adoptado. Sin embargo, lo cierto es que el escenario cambió radicalmente con la tajante negativa de Pedro Sánchez a sentarse en cualquier mesa de negociación, lo que no puede por menos que resultar paradójico a estas alturas cuando se ha convertido en el campeón del diálogo con los independentistas.

No es demasiado arriesgado suponer que en aquellas circunstancias Rajoy hubiese adoptado una gran flexibilidad en la negociación. Es posible que estuviese dispuesto a conceder casi todo. Sin embargo, en cualquier alianza, había algo que no podía ceder el partido mayoritario, la presidencia del Gobierno, y paradójicamente era lo único que interesaba a Pedro Sánchez. Por eso, a pesar de la sorpresa colectiva -me atrevería a decir que incluso en buena parte de su propio partido-, se negó a sentarse en cualquier mesa de negociación con el PP. “No es no”. Ahí comenzó y terminó la legislatura.

Pedro Sánchez, en su megalomanía, se hizo otros planes, los de ser él el presidente de gobierno, a pesar de haber obtenido los peores resultados en la historia reciente de su partido y de contar con bastantes menos diputados que el PP. Es conocido cómo acarició la idea de establecer un acuerdo con Ciudadanos y Podemos, lo que resultaba bastante difícil. No hay duda de que Pedro Sánchez podía pactar por separado con ambas formaciones y que podía hacerse totalmente dúctil en materia ideológica para decirle a cada uno lo que quería oír, pero la mezcla resultaba inviable. Ciudadanos y Podemos eran como el aceite y el agua.

Teniendo en cuenta que el Comité Federal de su partido no veía con buenos ojos el pacto con Podemos, Sánchez ideó la táctica de negociar primero con Ciudadanos, creyendo que Podemos estaría obligado a votarle sin condiciones, con el argumento de que, de no hacerlo, se les podía acusar de preferir a Rajoy como presidente del Gobierno. No fue así, Pablo Iglesias consideraba que la diferencia en escaños entre el PSOE y Podemos era muy reducida y que, por lo tanto, se merecían una alianza en toda regla, un gobierno de coalición; por otra parte, pensaban que en unas nuevas elecciones podía darse el sorpasso y, sobre todo, de cara a un pacto de investidura, no querían ser compañeros de viaje de Ciudadanos, sino de los nacionalistas, como lo han conseguido dos años después. Bien es cierto que este amor por los golpistas es algo que un partido teóricamente de izquierdas como Podemos difícilmente puede explicar, sobre todo cuando uno de los dos partidos del independentismo (la antigua Convergencia, ahora llamada PDeCAT) no tiene que envidiar en nada al PP ni en conservadurismo ni en corrupción.

La historia es de sobra conocida: nuevas elecciones con peores resultados del PSOE, intento de Pedro Sánchez de prescindir del Comité Federal de su partido, investidura in extremis y en precario de Rajoy como presidente de gobierno con tan solo 135 diputados y sin que la izquierda pudiera obtener casi nada a cambio dada la premura del tiempo. Posteriormente, las primarias en el PSOE en las que triunfó la demagogia de Pedro Sánchez que supo explotar con el “no es no” el odio y el sectarismo originados durante 30 años de bipartidismo en las relaciones entre las dos formaciones mayoritarias. Es curioso que los mismos militantes de toda España que repudiaban cualquier negociación con el PP se encuentren ahora tan cómodos dialogando con partidos golpistas, supremacistas, fascistas y responsables del 3%.

Las primarias consolidaron el caudillismo de Pedro Sánchez, destruyendo todo posible equilibrio de poder en el PSOE. Después de haber sido coronado por las bases, nadie tiene fuerza dentro del partido para oponerse a sus planes, por muy descabellados que sean. Se cerró así toda posibilidad de consenso y acuerdo con el Gobierno y Sanchez volvió a coquetear, aunque pareciese incoherente y poco ética, con la posibilidad de constituir lo que desde su propio partido habían denominado gobierno Frankenstein, y que en la legislatura pasada no había podido lograr.

Ante el cerco del PSOE, Rajoy, con 135 diputados y con un apoyo vacilante de Ciudadanos, que tampoco era suficiente para alcanzar la mayoría necesaria, apenas pudo gobernar. Para aprobar dos años los presupuestos, se vio obligado a acercarse puntualmente al PNV, que cobró sus servicios a muy buen precio. Se retornaba así a lo de siempre, a que la llave estuviese en manos de los nacionalistas. En esta ocasión, sin embargo, con una diferencia, tan solo los vascos entraban en el posible pacto, puesto que era impensable llegar a un acuerdo con los catalanes, declarados ya en franca rebeldía. Todo el mundo lo consideraba insólito, una contradicción en sus propios términos. Todo el mundo menos Sánchez, quien no tuvo ningún reparo en apoyarse en ellos para llegar al gobierno.

Lo concedido por el Gobierno de Rajoy al PNV y a Ciudadanos indica bastante bien las conquistas sociales y las medidas progresistas que el PSOE a lo largo de estos cuatro años podría haber conseguido mediante el pacto y la negociación. De haberse planteado la legislatura de otra manera, habrían sido mucho más elevadas y numerosas que las ahora presentadas con toda solemnidad y boato con Podemos, y que resulta tan improbable que puedan aplicarse, y en todo caso su aprobación quedaría condicionada a los golpistas y a sus exigencias. Pero es que, en el fondo, a Pedro Sánchez le importa poco todo esto y las medidas que podrían o no, aprobarse. Lo único relevante para él es haber llegado a presidente del Gobierno y conseguir mantenerse en el puesto en la próxima legislatura.

Es por eso por lo que la puesta en escena de Sánchez con Pablo Iglesias el pasado 11 de octubre constituye una copia mimética de la que organizó hace poco más de dos años con Rivera. Entonces se trataba de un programa de gobierno en las antípodas del que se ha firmado ahora. Eso para Sánchez carece de valor. Lo substancial es el fin y ese sí que es idéntico, llegar o permanecer en la Moncloa. El documento que los líderes del PSOE y de Podemos han firmado y han presentado a la prensa no es un presupuesto, sino un plan de gobierno, en definitiva, un programa electoral para la próxima legislatura y como todo programa electoral está elaborado en buena medida para no cumplirse.

La señora ministra de Hacienda afirma que estos son los presupuestos más sociales de la Historia. Por este lado, nada nuevo. Hace poco lo proclamaba Montoro en referencia a los de este año. Es una constante en toda presentación. Lo específico en este caso es que se predica de unos presupuestos que no existen o, al menos, no se han hecho públicos. Lo que sí es irónico y hasta jocoso es la aseveración de la ministra de Hacienda indicando que nunca se había dado más información, y ello cuando no se ha facilitado, y es de suponer que no existen, ni ley ni estado numérico ni partidas, ni posibilidad de descubrir si los números cuadran o no porque sencillamente no hay números. Por no saberse, no se sabe ni la cuantía del gasto público ni cuál va a ser el déficit. Sus explicaciones acerca del 1,3% o del 1,8% parecían extraídas de una película de Berlanga. ¿Cómo no va a pedirles explicaciones la Comisión Europea? ¿Muy benignos? No. Solo pueden decirles, oigan, con esto que nos han enviado no podemos afirmar nada. Cuando tengan un presupuesto, nos lo mandan. Por ello, la carta la firma un director general en lugar del Comisario. El documento no ha podido pasar ni la primera criba. No tenía consistencia ni siquiera para ser acreedor a un primer dictamen.

Rajoy con 135 escaños apenas pudo gobernar, ¿cómo va a hacerlo Sánchez con 84 diputados, teniendo que apoyarse en los golpistas y en los grupos más heterogéneos, sin controlar la Mesa del Congreso, y teniendo el PP mayoría en el Senado? Y lógicamente no puede esperar que el PP les apoye después del cerco al que le sometieron cuando estaba en el gobierno. Se quiera o no, la legislatura está agotada, ha sido una legislatura fallida, lo que era previsible desde que Pedro Sánchez comenzó a entonar el “no es no”, negándose a todo pacto que no incluyese para él la presidencia del gobierno. Esperemos que en la próxima legislatura no vuelva a repetirse la faena.

republica.com 26-10-2018