Debemos preguntarnos si acaso nuestras sociedades no están enfermas de anhelo de seguridad. Ambicionan una meta imposible, el riesgo cero. Procuran alejar la muerte, la enfermedad y cualquier otra desgracia del espacio diario de atención. Por eso reaccionan de manera tan espasmódica e impresionable cuando un acontecimiento viene a perturbar lo que se tiene por normal y produce víctimas, aunque sea en número muy inferior a las que otros sucesos o causas que consideramos habituales generan. Hacemos distinciones entre víctimas y víctimas y procuramos clasificarlas según un catálogo más o menos discutible.

En ese devenir en que se mueven, nuestras sociedades reclaman de los gobernantes y del resto de instituciones públicas que les blinden de cualquier peligro y están dispuestas a sacrificar progresivamente cotas de libertad y de autonomía con tal de eliminar todo riesgo. No quieren fallos ni posibles errores y juzgan con mucho rigor el trabajo de los cuerpos policiales cuando se produce un atentado. La perfección no existe, ni este ámbito ni en ninguno otro, y parece lógico que tras una masacre siempre surjan dudas acerca de la eficacia de la actuación policial. A posteriori es fácil preguntarse sobre si se hubiesen podido evitar o, al menos, minimizar el daño de haberse procedido de otra manera.

Tras los atentados de Barcelona, son muchas las preguntas que quedan por contestar y las dudas sobre los errores que se hayan podido cometer tanto en la previsión como en la actuación posterior. Tener en cuenta todo ello es importante a la hora de evitar en el futuro los mismos yerros, pero hay que huir de toda crítica o descalificación desmedida. Así lo manifesté en el 11-M, y lo mismo pienso en los momentos actuales. Hay que creer que los distintos cuerpos de policía han pretendido actuar de la mejor forma posible. Los probables fallos entran en el guion, por ello son perfectamente disculpables siempre que obedezcan a la lógica imperfección de toda organización y actuación humana, por muy doloroso que tal hecho sea para los familiares de las víctimas.

Pero la cosa cambia cuando los errores, fallos o equivocaciones surgen de la autosuficiencia o de un fanatismo político que está dispuesto a correr cualquier riesgo y utilizar cualquier instrumento con tal de facilitar al exterior la imagen de que Cataluña en la práctica es independiente, que se basta a sí misma, que no necesita al Estado español y que sus “hechos diferenciales” son de mejor calidad que los de los otros territorios. Lo cierto es que hay demasiados indicios de que desde la Generalitat y las instituciones independentistas han actuado de este modo y que en gran medida los posibles fallos y omisiones obedecen a estos planteamientos.

Como siempre, los más audaces y lenguaraces son los que se atreven a dejar desde el principio las cosas claras sin tapujos. Tenía que ser Carod Rovira el histórico presidente de Esquerra Republicana –aquel que se reunió en Perpiñán con la cúpula de ETA para pedirles que si querían atentasen contra España, pero no contra Cataluña– el que abriese la boca en primer lugar y descubriese la estrategia del independentismo, que otros mantenían oculta. Afirmó sin rodeos que, después del atentado de Las Ramblas, el Estado español había desaparecido y que su espacio lo había ocupado la Generalitat de Cataluña: “Cataluña ha visto y comprobado que, a la hora de la verdad, frente a la emergencia de hacer frente a una adversidad criminal, había un Gobierno, una policía y una ciudadanía que estaban donde tenían que estar y a la altura de las circunstancias, que eran el Gobierno, la policía y la ciudadanía de Cataluña, no eran los de España”.

En un artículo publicado en el periódico Nació Digital y titulado «Se va un Estado, llega otro» interpreta el atentado como un ensayo general para la independencia y califica a la actuación de la Generalitat como propia de “una Cataluña independiente, viable, útil y mejor”. Da la impresión de que le importan muy poco los terroristas o las víctimas, tan es así que parece que está contento y exuberante por lo que considera un éxito en 37 años de autonomía. La argumentación del ex presidente de Esquerra Republicana incurre en una grave contradicción porque, si es cierto lo que afirma, resulta evidente que Cataluña no es esa colonia maltratada que quieren presentar los secesionistas, sino que goza de una autonomía y competencias que le convierten casi en un Estado.

El jefe de prensa de Puigdemont, Pere Martí ha seguido la misma línea de argumentación del ex vicepresidente de la Generalitat. Ha escrito en Twitter respecto del “affaire” de Raúl Romeva con los ministros de asuntos exteriores de Francia y Alemania: “Recordáis que decían que no tendríamos relaciones internacionales, que no nos recibiría nadie. Cierto, el conseller Raúl Romeva los recibe en su despacho”. La realidad fue muy distinta, fue Raúl Romeva el que al parecer se coló en la sala de autoridades del aeropuerto de Barcelona, donde el subdelegado de Gobierno recibía a los ministros de asuntos exteriores de Francia y Alemania para llevarles a entrevistarse con la vicepresidenta de Gobierno.

También el eurodiputado del PDeCAT Ramón Tremosa ha mantenido en Twitter en varias ocasiones una actitud parecida. En la mañana del día 20 destacaba de un artículo publicado en el diario ARA, titulado ‘Dos países, dos realidades’, la siguiente frase: “Cataluña sola se ha enfrentado a sus enemigos y los ha derrotado con eficacia. En la práctica, los catalanes han visto que ya tienen un Estado”. Y días más tarde en varias ocasiones lanzaba mensajes de contenido similar: «La resposta de Catalunya al terror demostra que ja està preparada per la independència». «Els @mossos demostren que la futura república catalana està preparada per a funcionar sola».

Resulta indicativo de la naturaleza del secesionismo el hecho de que para ellos lo único importante del atentado haya sido la utilidad que les puede proporcionar de cara a favorecer la imagen exterior de Cataluña y de su independencia. Bien es verdad con un cierto estilo cateto que raya en el ridículo. De ahí la autosuficiencia y el empleo del botafumeiro que se ha hecho presente en todas los actos y comparecencias presentadas en Cataluña. Ellos son los mejores y no necesitan a nadie.

Encerrados en su castillo, más bien en su pueblo –Ortega afirmaba que provinciano es el que se cree que su provincia es el mundo y su pueblo una galaxia–, solo están dispuestos a considerar lo que creen que es suyo. Así, en el atentado, no quisieron ver que en los tiempos de la globalización las víctimas no eran suyas, que pertenecían a 36 países distintos; que los terroristas no eran suyos, el ISIS extiende su amenaza a todo la cultura occidental; la policía no es suya, según el art. 104 de la Constitución las fuerzas y cuerpos de seguridad pertenecen al Estado y su dirección al gobierno, aun cuando se puedan ceder algunas competencias a las Comunidades Autónomas; Las Ramblas no son suyas, por la cantidad de gente de toda procedencia que por ellas circulan, y basta para mostrar este carácter universal las palabras estos días tantas veces citadas de García Lorca; y las posibles consecuencias económicas negativas (de haberlas) porque se resienta el turismo no las va a sufrir solo Barcelona o Cataluña, sino toda España.

Según van pasando los días, son muchos los fallos, los errores y lagunas de información que rodean los atentados de Barcelona, desde la indolente actitud ante la información trasmitida por la policía belga a la insuficiente investigación en la casa de Alcanar, cuando eran múltiples los factores insólitos que deberían haber hecho sospechar de la posibilidad de un atentado, tal como la misma jueza de guardia insinuó. Desde la resistencia a poner bolardos (Madrid nos va a decir a nosotros lo que tenemos que hacer) hasta la negativa a que actuasen la Policía Nacional y la Guardia Civil. Desde el hecho de que no había policía en Las Ramblas en el momento del atentado a la ausencia de información acerca de lo que en realidad ocurrió en Cambrils. Desde la carencia de explicación de cómo se pudo escapar Younes tras el atropello de Las Ramblas hasta saber cómo pudo estar cuatro días huido sin conocimiento de la policía, y que solo dieran con él tras el aviso de una ciudadana. Desde saber por qué no se interrogó en el primer momento al único herido en la casa de Alcanar, a la razón de por qué tan solo dos terroristas han podido ser detenidos, resultando abatidos (como se dice) todos los demás, y que, al margen de circunstancias legales y éticas, impide la posibilidad de contar con mucha más información de la célula terrorista y de los atentados.

Todo estos fallos y lagunas tienen un denominador común (al margen de las gotas de corporativismo que le es predicable a los Mossos como a cualquier otro colectivo): la arrogancia, la fachenda y la soberbia de los responsables políticos de la Generalitat que desde el primer momento han querido instrumentalizar los atentados para ponerlos al servicio del procés y manifestar al mundo (se creen su ombligo) que son autosuficientes y mejores que lo que llaman el Estado español.

El autobombo ha sido constante presentando como perfectas todas las actuaciones de la Generalitat y sus instituciones, y deshaciéndose en loas y panegíricos sobre el buen funcionamiento de los Mossos. Simplemente los necesitan para la tragicomedia, y están dispuestos a elevarlos a los altares y a coronarlos como héroes. Sin que sea una crítica a la policía autonómica, lo mismo cabría decir de la nacional y de la Guardia Civil, el éxito no está nunca de manera plena en cazar a los terroristas una vez cometido el golpe, tanto más si se hace sin dejar supervivientes, sino en evitar el atentado. La actuación de la Policía Nacional, de la Guardia Civil y de los mismos Mossos seguramente habrá sido más digna de encomio en las múltiples veces que de forma preventiva han detenido terroristas o han desarticulado alguna célula que en los momentos presentes después de que se hayan originado tantas víctimas.

En los primeros días, Puigdemont salió a la prensa indignado tildando de miserable a quien relacionase los atentados con el procés. Lo cierto es que en aquel momento los únicos que lo vinculaban eran, como hemos visto arriba, sus correligionarios. A estas alturas, sin embargo, no tiene ya ningún pudor en hacerlo él mismo abiertamente y con toda clases de mentiras, como en la entrevista que en la pasada semana concedió al Financial Times o propiciando con otras fuerzas independentistas que la manifestación convocada de apoyo a las víctimas y repulsa al terrorismo se convirtiese en un instrumento más a favor de la secesión.

Puigdemont se queja de que no se da entrada a los Mossos en Europol ¿Qué tiene de extraño si sus inmediatos jefes actuales, expresamente nombrados, después de remover a los anteriores, para controlarlos y orientarlos a favor del procés, no dejan de decir que el 1 de octubre la policía autonómica estará al lado de los golpistas y en contra de la ley?

El verdadero reto para los Mossos d’Esquadra residirá en el día del referéndum, porque tendrán que decidir si, como toda policía, están para aplicar la ley y hacer respetar la Constitución o para ponerse al servicio del golpe de Estado. Conviene tener presente que desde el mismo momento en que los Mossos se pongan a favor de la sedición, bien apoyándola o bien no cumpliendo las instrucciones judiciales, desaparecen todas las dudas que ahora algunos juristas plantean acerca de si existe o no delito de sedición. En todo caso, si se llega a ese extremo, seremos muchos los que pediremos, si es preciso, un cambio en la Constitución. Ciertamente no para lo que plantea Pedro Sánchez de buscar acomodo a los independentistas catalanes sino para disolver el cuerpo de Mossos y prohibir la existencia de policías autonómicas.

El hecho de que Puigdemont y sus correligionarios se hayan puesto a relacionar los atentados con el procés, nos da pie a que, dejando muy claro que los únicos culpables son los terroristas, nos preguntemos si la política seguida por el independentismo de propiciar la inmigración musulmana en detrimento de la latina (hispanoparlante) hasta el extremo de haber agrupado en su territorio la mitad de la que existe en toda España procedente del Magreb no ha tenido nada que ver con el hecho de que los atentados hayan sido en Barcelona. Y ¿por qué no? Preguntémonos también si el hecho de que Cataluña cuente con un gobern y unas instituciones autonómicas que se jactan de no someterse a la ley y a la Constitución da la mejor imagen de firmeza a la hora de combatir el anarquismo y el terrorismo. Todo fanatismo, aunque sea no violento, es buena tierra para que germinen otros fanatismos violentos.

republica.com 1 de septiembre 2017