Blog Image

ARTICULOS DEL 10/1/2016 AL 29/3/2023 CONTRAPUNTO

LOS ATENTADOS DE BARCELONA Y EL PROCÉS

CATALUÑA Posted on Lun, septiembre 04, 2017 10:18:30

Debemos preguntarnos si acaso nuestras sociedades no están enfermas de anhelo de seguridad. Ambicionan una meta imposible, el riesgo cero. Procuran alejar la muerte, la enfermedad y cualquier otra desgracia del espacio diario de atención. Por eso reaccionan de manera tan espasmódica e impresionable cuando un acontecimiento viene a perturbar lo que se tiene por normal y produce víctimas, aunque sea en número muy inferior a las que otros sucesos o causas que consideramos habituales generan. Hacemos distinciones entre víctimas y víctimas y procuramos clasificarlas según un catálogo más o menos discutible.

En ese devenir en que se mueven, nuestras sociedades reclaman de los gobernantes y del resto de instituciones públicas que les blinden de cualquier peligro y están dispuestas a sacrificar progresivamente cotas de libertad y de autonomía con tal de eliminar todo riesgo. No quieren fallos ni posibles errores y juzgan con mucho rigor el trabajo de los cuerpos policiales cuando se produce un atentado. La perfección no existe, ni este ámbito ni en ninguno otro, y parece lógico que tras una masacre siempre surjan dudas acerca de la eficacia de la actuación policial. A posteriori es fácil preguntarse sobre si se hubiesen podido evitar o, al menos, minimizar el daño de haberse procedido de otra manera.

Tras los atentados de Barcelona, son muchas las preguntas que quedan por contestar y las dudas sobre los errores que se hayan podido cometer tanto en la previsión como en la actuación posterior. Tener en cuenta todo ello es importante a la hora de evitar en el futuro los mismos yerros, pero hay que huir de toda crítica o descalificación desmedida. Así lo manifesté en el 11-M, y lo mismo pienso en los momentos actuales. Hay que creer que los distintos cuerpos de policía han pretendido actuar de la mejor forma posible. Los probables fallos entran en el guion, por ello son perfectamente disculpables siempre que obedezcan a la lógica imperfección de toda organización y actuación humana, por muy doloroso que tal hecho sea para los familiares de las víctimas.

Pero la cosa cambia cuando los errores, fallos o equivocaciones surgen de la autosuficiencia o de un fanatismo político que está dispuesto a correr cualquier riesgo y utilizar cualquier instrumento con tal de facilitar al exterior la imagen de que Cataluña en la práctica es independiente, que se basta a sí misma, que no necesita al Estado español y que sus “hechos diferenciales” son de mejor calidad que los de los otros territorios. Lo cierto es que hay demasiados indicios de que desde la Generalitat y las instituciones independentistas han actuado de este modo y que en gran medida los posibles fallos y omisiones obedecen a estos planteamientos.

Como siempre, los más audaces y lenguaraces son los que se atreven a dejar desde el principio las cosas claras sin tapujos. Tenía que ser Carod Rovira el histórico presidente de Esquerra Republicana –aquel que se reunió en Perpiñán con la cúpula de ETA para pedirles que si querían atentasen contra España, pero no contra Cataluña– el que abriese la boca en primer lugar y descubriese la estrategia del independentismo, que otros mantenían oculta. Afirmó sin rodeos que, después del atentado de Las Ramblas, el Estado español había desaparecido y que su espacio lo había ocupado la Generalitat de Cataluña: “Cataluña ha visto y comprobado que, a la hora de la verdad, frente a la emergencia de hacer frente a una adversidad criminal, había un Gobierno, una policía y una ciudadanía que estaban donde tenían que estar y a la altura de las circunstancias, que eran el Gobierno, la policía y la ciudadanía de Cataluña, no eran los de España”.

En un artículo publicado en el periódico Nació Digital y titulado «Se va un Estado, llega otro» interpreta el atentado como un ensayo general para la independencia y califica a la actuación de la Generalitat como propia de “una Cataluña independiente, viable, útil y mejor”. Da la impresión de que le importan muy poco los terroristas o las víctimas, tan es así que parece que está contento y exuberante por lo que considera un éxito en 37 años de autonomía. La argumentación del ex presidente de Esquerra Republicana incurre en una grave contradicción porque, si es cierto lo que afirma, resulta evidente que Cataluña no es esa colonia maltratada que quieren presentar los secesionistas, sino que goza de una autonomía y competencias que le convierten casi en un Estado.

El jefe de prensa de Puigdemont, Pere Martí ha seguido la misma línea de argumentación del ex vicepresidente de la Generalitat. Ha escrito en Twitter respecto del “affaire” de Raúl Romeva con los ministros de asuntos exteriores de Francia y Alemania: “Recordáis que decían que no tendríamos relaciones internacionales, que no nos recibiría nadie. Cierto, el conseller Raúl Romeva los recibe en su despacho”. La realidad fue muy distinta, fue Raúl Romeva el que al parecer se coló en la sala de autoridades del aeropuerto de Barcelona, donde el subdelegado de Gobierno recibía a los ministros de asuntos exteriores de Francia y Alemania para llevarles a entrevistarse con la vicepresidenta de Gobierno.

También el eurodiputado del PDeCAT Ramón Tremosa ha mantenido en Twitter en varias ocasiones una actitud parecida. En la mañana del día 20 destacaba de un artículo publicado en el diario ARA, titulado ‘Dos países, dos realidades’, la siguiente frase: “Cataluña sola se ha enfrentado a sus enemigos y los ha derrotado con eficacia. En la práctica, los catalanes han visto que ya tienen un Estado”. Y días más tarde en varias ocasiones lanzaba mensajes de contenido similar: «La resposta de Catalunya al terror demostra que ja està preparada per la independència». «Els @mossos demostren que la futura república catalana està preparada per a funcionar sola».

Resulta indicativo de la naturaleza del secesionismo el hecho de que para ellos lo único importante del atentado haya sido la utilidad que les puede proporcionar de cara a favorecer la imagen exterior de Cataluña y de su independencia. Bien es verdad con un cierto estilo cateto que raya en el ridículo. De ahí la autosuficiencia y el empleo del botafumeiro que se ha hecho presente en todas los actos y comparecencias presentadas en Cataluña. Ellos son los mejores y no necesitan a nadie.

Encerrados en su castillo, más bien en su pueblo –Ortega afirmaba que provinciano es el que se cree que su provincia es el mundo y su pueblo una galaxia–, solo están dispuestos a considerar lo que creen que es suyo. Así, en el atentado, no quisieron ver que en los tiempos de la globalización las víctimas no eran suyas, que pertenecían a 36 países distintos; que los terroristas no eran suyos, el ISIS extiende su amenaza a todo la cultura occidental; la policía no es suya, según el art. 104 de la Constitución las fuerzas y cuerpos de seguridad pertenecen al Estado y su dirección al gobierno, aun cuando se puedan ceder algunas competencias a las Comunidades Autónomas; Las Ramblas no son suyas, por la cantidad de gente de toda procedencia que por ellas circulan, y basta para mostrar este carácter universal las palabras estos días tantas veces citadas de García Lorca; y las posibles consecuencias económicas negativas (de haberlas) porque se resienta el turismo no las va a sufrir solo Barcelona o Cataluña, sino toda España.

Según van pasando los días, son muchos los fallos, los errores y lagunas de información que rodean los atentados de Barcelona, desde la indolente actitud ante la información trasmitida por la policía belga a la insuficiente investigación en la casa de Alcanar, cuando eran múltiples los factores insólitos que deberían haber hecho sospechar de la posibilidad de un atentado, tal como la misma jueza de guardia insinuó. Desde la resistencia a poner bolardos (Madrid nos va a decir a nosotros lo que tenemos que hacer) hasta la negativa a que actuasen la Policía Nacional y la Guardia Civil. Desde el hecho de que no había policía en Las Ramblas en el momento del atentado a la ausencia de información acerca de lo que en realidad ocurrió en Cambrils. Desde la carencia de explicación de cómo se pudo escapar Younes tras el atropello de Las Ramblas hasta saber cómo pudo estar cuatro días huido sin conocimiento de la policía, y que solo dieran con él tras el aviso de una ciudadana. Desde saber por qué no se interrogó en el primer momento al único herido en la casa de Alcanar, a la razón de por qué tan solo dos terroristas han podido ser detenidos, resultando abatidos (como se dice) todos los demás, y que, al margen de circunstancias legales y éticas, impide la posibilidad de contar con mucha más información de la célula terrorista y de los atentados.

Todo estos fallos y lagunas tienen un denominador común (al margen de las gotas de corporativismo que le es predicable a los Mossos como a cualquier otro colectivo): la arrogancia, la fachenda y la soberbia de los responsables políticos de la Generalitat que desde el primer momento han querido instrumentalizar los atentados para ponerlos al servicio del procés y manifestar al mundo (se creen su ombligo) que son autosuficientes y mejores que lo que llaman el Estado español.

El autobombo ha sido constante presentando como perfectas todas las actuaciones de la Generalitat y sus instituciones, y deshaciéndose en loas y panegíricos sobre el buen funcionamiento de los Mossos. Simplemente los necesitan para la tragicomedia, y están dispuestos a elevarlos a los altares y a coronarlos como héroes. Sin que sea una crítica a la policía autonómica, lo mismo cabría decir de la nacional y de la Guardia Civil, el éxito no está nunca de manera plena en cazar a los terroristas una vez cometido el golpe, tanto más si se hace sin dejar supervivientes, sino en evitar el atentado. La actuación de la Policía Nacional, de la Guardia Civil y de los mismos Mossos seguramente habrá sido más digna de encomio en las múltiples veces que de forma preventiva han detenido terroristas o han desarticulado alguna célula que en los momentos presentes después de que se hayan originado tantas víctimas.

En los primeros días, Puigdemont salió a la prensa indignado tildando de miserable a quien relacionase los atentados con el procés. Lo cierto es que en aquel momento los únicos que lo vinculaban eran, como hemos visto arriba, sus correligionarios. A estas alturas, sin embargo, no tiene ya ningún pudor en hacerlo él mismo abiertamente y con toda clases de mentiras, como en la entrevista que en la pasada semana concedió al Financial Times o propiciando con otras fuerzas independentistas que la manifestación convocada de apoyo a las víctimas y repulsa al terrorismo se convirtiese en un instrumento más a favor de la secesión.

Puigdemont se queja de que no se da entrada a los Mossos en Europol ¿Qué tiene de extraño si sus inmediatos jefes actuales, expresamente nombrados, después de remover a los anteriores, para controlarlos y orientarlos a favor del procés, no dejan de decir que el 1 de octubre la policía autonómica estará al lado de los golpistas y en contra de la ley?

El verdadero reto para los Mossos d’Esquadra residirá en el día del referéndum, porque tendrán que decidir si, como toda policía, están para aplicar la ley y hacer respetar la Constitución o para ponerse al servicio del golpe de Estado. Conviene tener presente que desde el mismo momento en que los Mossos se pongan a favor de la sedición, bien apoyándola o bien no cumpliendo las instrucciones judiciales, desaparecen todas las dudas que ahora algunos juristas plantean acerca de si existe o no delito de sedición. En todo caso, si se llega a ese extremo, seremos muchos los que pediremos, si es preciso, un cambio en la Constitución. Ciertamente no para lo que plantea Pedro Sánchez de buscar acomodo a los independentistas catalanes sino para disolver el cuerpo de Mossos y prohibir la existencia de policías autonómicas.

El hecho de que Puigdemont y sus correligionarios se hayan puesto a relacionar los atentados con el procés, nos da pie a que, dejando muy claro que los únicos culpables son los terroristas, nos preguntemos si la política seguida por el independentismo de propiciar la inmigración musulmana en detrimento de la latina (hispanoparlante) hasta el extremo de haber agrupado en su territorio la mitad de la que existe en toda España procedente del Magreb no ha tenido nada que ver con el hecho de que los atentados hayan sido en Barcelona. Y ¿por qué no? Preguntémonos también si el hecho de que Cataluña cuente con un gobern y unas instituciones autonómicas que se jactan de no someterse a la ley y a la Constitución da la mejor imagen de firmeza a la hora de combatir el anarquismo y el terrorismo. Todo fanatismo, aunque sea no violento, es buena tierra para que germinen otros fanatismos violentos.

republica.com 1 de septiembre 2017



¿HEMOS SALIDO DE LA CRISIS?

EUROPA Posted on Lun, septiembre 04, 2017 10:15:22

Dediqué el artículo de la semana pasada a hacerme eco de un mensaje lanzado desde los ángulos más diversos y recogido en la totalidad de los medios, el recuerdo del comienzo de la crisis, allá por agosto de 2007, hace exactamente una década. Pretendí mostrar cómo todos estos discursos transmitían una opinión parcial e incompleta acerca de la gran recesión ignorando su causa última; y al final de mi argumentación dejaba para otro artículo ocuparme de la segunda parte del mensaje, consistente en la tajante aseveración de que la crisis ha llegado a su final en España y en toda Europa. Así lo manifestaba la propia Comisión en una rueda de prensa, en la que tanto el vicepresidente, Valdis Dombrovskis, responsable del euro y del diálogo social, como el comisario Pierre Moscovici, responsable de asuntos económicos y financieros, aseguraban que diez años después del comienzo de la crisis mundial la recuperación de la economía europea se ha consolidado plenamente.

Esta aseveración puede ser cierta en un sentido más bien reduccionista y simple, entendiendo que la crisis se ha superado por el simple hecho de que las tasas de crecimiento en todos los países se sitúen en cifras positivas. De acuerdo con esta interpretación, los datos no dejan lugar a dudas. La semana pasada Eurostat publicó las cifras macroeconómicas correspondientes al segundo trimestre para toda la Unión Europa(UE), según las cuales la Eurozona en su conjunto está creciendo al 2,2% en tasas interanuales. Hasta Francia e Italia, que últimamente se encontraban en una situación más delicada, se apuntan también al crecimiento. Solo Grecia permanece en tasas negativas. Por el contrario, España, con el 3,1%, se sitúa muy por encima de casi todos los países, exceptuando a Polonia, República Checa, Rumanía o Letonia, con tasas por encima del 4%, y que son las que empujan hacia arriba la media.

Pero no todo es el PIB, sobre todo si se le considera puntualmente en un periodo concreto. Malamente se puede afirmar que se ha superado la crisis cuando no se han corregido aquellas variables y hechos que la originaron, comenzando por lo que constituye el cáncer de la Unión Monetaria (UM): la fuerza centrifuga que incrementa poco a poco la divergencia entre sus miembros. Alemania y algunas otras naciones económicamente satélites, sí pueden afirmar que están bastante mejor que cuando se inició la crisis, pero no los países del Sur como Portugal, España, Italia, no digamos Grecia, e incluso Francia.

La aseveración anterior se confirma de manera clara si comparamos el lugar que la renta per cápita de los distintos países ocupaba y ocupa respecto a la media de la de Europa de los 15, en 2007 y en 2016. Alemania pasa de representar el 104,7% al 113,9%; mientras que Italia desciende del 95,6% al 88,7%, España del 92,2% al 84,4% y Grecia se desploma del 82,9% al 62,2%. Estos datos tienen su lógica traducción en las tasas de paro. Alemania desciende del 8,6 al 4,1%, mientras que el desempleo se incrementa en España desde el 8,2% de la población activa al 19,6; en Italia del 6,1% al 11,7 y en Grecia del 8,4 al 23.6%.

En esta década ominosa, no solo es la desigualdad entre los países la que se ha incrementado, sino también las diferencias dentro de los propios Estados. Por ejemplo en España, los salarios -tanto los privados como los públicos- han perdido poder adquisitivo y están muy lejos de encontrarse a los niveles del comienzo de la crisis, de manera que si entonces la pobreza se centraba exclusivamente en los parados o pensionistas, hoy afecta también a muchos de los que disponen de un trabajo. Ha sido el propio presidente del Banco Central Europeo (BCE) el que hace poco manifestó que la recuperación no había llegado a los sueldos. Tampoco las prestaciones y los servicios públicos han retornado a los niveles de hace diez años. No se han corregido muchos de los ajustes aplicados que, lógicamente, han afectado en mayor medida a las rentas bajas.

No se puede afirmar que se ha superado la crisis cuando se mantienen los mismos desequilibrios y contradicciones que la han causado. Es más, algunos factores como el endeudamiento han empeorado. El hecho de que casi todos los países miembros poco a poco se hayan ido situando en tasas de crecimiento positivas se debe, por una parte, a un factor extrínseco a la Unión Monetaria, el descenso del precio del petróleo, y, por otra, a la actuación -aunque tardía- del BCE y a la política por él aplicada de bajos tipos de interés y expansión cuantitativa, política que no puede durar indefinidamente. La pregunta que, quiérase o no, surge es qué puede ocurrir cuando el BCE vaya retirando poco a poco las ayudas instrumentadas.

Hay, además, una razón adicional y de gran importancia para que países como Portugal y España hayan abandonado el espacio de tasas negativas del PIB y es que han corregido el desequilibrio fundamental que los tenía postrados y encerrados en una especie de ratonera, el saldo del sector exterior. En España en 2008 el déficit de la balanza por cuenta corriente se elevaba al 9,6% del PIB, cifra inquietante que, con el consecuente endeudamiento exterior, nos había precipitado a la recesión y nos mantenía atados a ella. La «conditio sine qua non» para el despegue económico consistía en cerrar este desfase entre importaciones y exportaciones. En condiciones normales, la solución pasaba por la depreciación de la moneda, como así de hecho había ocurrido en las otras muchas ocasiones que a lo largo del tiempo el déficit exterior (mucho más reducido que el de 2008) había estrangulado la economía española. Este camino en las circunstancias actuales estaba vedado al pertenecer España a la UM. Las autoridades económicas nacionales e internacionales señalaban una única salida, lo que se ha dado en llamar devaluación interna.

La devaluación interna persigue alcanzar los mismos efectos que la depreciación del tipo de cambio con la diferencia de que lo hace por un camino indirecto mucho más alambicado e injusto. Consiste en conceder todo tipo de ventajas a los empresarios con la finalidad de conseguir que los precios internos se reduzcan con respecto a los precios exteriores. Para ello persigue, por una parte, deprimir los salarios y, por otra, minorar la cargas sociales y fiscales a las empresas. Este fue uno de los motivos por los que algunos estuvimos en contra de la UM desde sus inicios. Preveíamos que en cuanto comenzasen las dificultades, que sin duda iban a surgir, el ajuste recaería sobre los trabajadores, y que la imposibilidad de devaluar la divisa, unida a la libre circulación de capitales, constituiría un arma letal en contra del Estado social y de los derechos laborales.

Tengo que reconocer que cuando Europa y el Gobierno la plantearon, al margen de su valoración social y ética, albergaba muchas dudas de que la devaluación interior consiguiese su objetivo, al menos en la cuantía necesaria. Dado que nos movemos en una economía de mercado -en la que, por supuesto, los precios no pueden ser intervenidos ni limitados los beneficios de los empresarios-, temía que la disminución de los salarios se tradujese en un incremento del excedente empresarial en lugar de trasladarse a los precios. Desde luego, este efecto se ha producido en la realidad, pero el ajuste ha sido tan brutal, y la reducción de la retribución de los trabajadores tan cuantiosa que, a pesar de la modificación de la redistribución de la renta en contra de los trabajadores y a favor de los empresarios, los precios interiores han descendido en la cuantía suficiente para equilibrar el saldo del sector exterior.

Resulta casi increíble que la economía española haya pasado de un déficit en la balanza por cuenta corriente del 9,6 en 2008 a un superávit del 1,9% en 2016. Bien es verdad que en este ajuste han colaborado el descenso del precio del petróleo y los bajos tipos de interés, que han reducido la carga financiera frente al exterior, pero resulta innegable que la devaluación interna y los recortes presupuestarios han ocupado un lugar transcendental en el cierre de la brecha que existía en la balanza de pagos y con ello en la superación de las tasas negativas del PIB y en la creación de empleo. Lo evidente conviene no negarlo.

Esta evidencia deberían tenerla en cuenta tanto el Gobierno como sus críticos. El primero para relativizar los éxitos económicos de los que se ufana, pues este crecimiento económico se esta logrando a base de someter a la sociedad a una cura de caballo, con recortes significativos en el gasto público y una depresión muy elevada en el nivel salarial. Se está pagando un precio muy alto, principalmente por parte de las clases bajas, quebranto que están aún muy lejos de superar; es más, la probabilidad de poder resarcirse en el futuro es muy escasa, ya que precisamente la recuperación económica, ante la imposibilidad de devaluar la moneda, está basada en una política deflacionista. ¿Merece la pena? ¿Podemos afirmar que se ha superado la crisis? Los críticos del Gobierno, pero defensores de la UM, tendrán que tener sumo cuidado en no incurrir en contradicción. Cuando se quejan de que la recuperación económica no ha llegado a todo el mundo deberían preguntarse si bajo las coordenadas en las que se ha construido la moneda única, el crecimiento económico no se fundamenta obligatoriamente en la desigualdad, tanto interterritorial como personal.

La devaluación monetaria distribuye el coste de forma igualitaria, modifica únicamente la relación de precios interiores frente a los exteriores, pero deja intactos los precios relativos (incluyendo los salarios) en el interior. Todos se empobrecen en la misma medida frente al exterior, pero no experimentan ningún cambio relativo en su capacidad económica respecto a los otros agentes internos. La deflación competitiva, por el contrario, resulta totalmente injusta, ya que distribuye el coste de una manera desigual y caótica: afectará exclusivamente a los salarios y a aquellos empresarios, principalmente los pequeños y que carezcan de defensa, mientras que las grandes empresas que actúan en sectores donde la competencia no existe, no solo no asumirán coste alguno sino que incluso verán incrementar sus beneficios. Tampoco todos los salarios se comportarán de la misma manera ni se reducirán en la misma cuantía.

Las dudas acerca de que sea cierta la afirmación de que hemos salido de la crisis surgen además en las incertidumbres y desequilibrios que subsisten para el futuro. Si la casi totalidad de los países del Sur han corregido su déficit exterior, no así Alemania que lejos de reducir su superávit lo ha incrementado (8,5% en 2016), ni Holanda que aunque lo ha minorado algo, continúa manteniéndolo a un nivel muy elevado (7,9% en 2016). Es decir, el ajuste ha recaído exclusivamente sobre los países deudores sin que los acreedores hayan hecho el mínimo esfuerzo para corregir el desequilibrio en el sector exterior, y todo indica que Alemania -que es la protagonista principal- no piensa dar marcha atrás en esta política de cara al futuro, lo que siembra toda clase de nubarrones sobre la Eurozona.

En estos mismos días, el presidente del BCE manifestaba su preocupación por que la cotización del euro era excesivamente alta y, además, mostraba una elevada resistencia al descenso. ¿Podría ser de otra forma cuando la primera economía de la Eurozona presenta un superávit de su balanza de pagos por cuenta corriente cercano al 9%? El problema del BCE es que tendría que instrumentar dos políticas monetarias, una para el Norte y otra para el Sur, lo que es radicalmente imposible.

De momento, la economía española ha abandonado el espacio de la recesión y se ha adentrado en tasas positivas del PIB. ¿Pero a qué coste y con qué secuelas? ¿Qué ocurrirá cuando el precio del petróleo se eleve o el BCE cambie de política monetaria y suban los tipos de interés?, ¿qué sucederá si vuelven a presentarse choques asimétricos?, ¿y qué acontecerá si la balanza de pagos comienza a resentirse y retorna de nuevo a cifras negativas? En la actualidad, nuestra capacidad para incrementar el endeudamiento exterior es nula. ¿Deberemos mantener, en consecuencia, una política deflacionista permanentemente? No, la crisis, la verdadera crisis, la que se deriva de la pertenencia a la Unión Monetaria, no se ha superado ni se superará mientras se permanezca en ella.

republica.com 25-8-2017