SÁNCHEZ, DE LAS PRIMARIAS A LA AUTOCRACIA

Se ha puesto de moda el eslogan “la nueva política”, sin que nadie sepa muy bien en qué consiste. Tengo la impresión de que en buena medida es una consigna con la que se buscan réditos políticos y electorales. Dentro de la fe historicista y progresista predominante desde hace siglos en Occidente, todo lo que lleve el calificativo de “nuevo” tiene en nuestras sociedades un plus. Cualquier tiempo futuro será mejor. Para la mayoría de la gente lo de hoy vale más que lo de ayer, pero en ningún sitio está escrito que lo nuevo tenga que ser preferible a lo tradicional. Lo cierto es que el término de nueva política está bastante vacío de contenido, ya que los elementos que de él se predican son muy secundarios y en ocasiones, lejos de significar un avance, constituyen un retroceso. No todo cambio tiene que contribuir necesariamente a la regeneración de la democracia; puede ocurrir que, por el contrario, colabore a su degeneración. Eso es lo que ocurre con las tan cacareadas primarias.

Últimamente, el hecho de que se celebren primarias para elegir a los candidatos y a los líderes de los partidos se ha convertido para muchos políticos y comentaristas en condición indispensable para conceder certificado de democracia a las organizaciones políticas. La moda, además, no ha quedado recluida en los partidos nuevos, también la han asumido alguno de los antiguos o al menos parte de ellos, como en el caso del PSOE. En el culmen de la locura algunos políticos se han atrevido a proponer que la celebración de primarias se imponga por ley a todas las formaciones políticas.

Desde su aparición, hace ya más de quince años, en múltiples ocasiones he mostrado mi escepticismo con respecto a las primarias, ya sea para elegir a los candidatos o a los líderes de los respectivos partidos políticos. En cuanto a los candidatos, porque las primarias se han acuñado en sistemas electorales presidencialistas, muy distintos del de nuestro país, de corte parlamentario. Se da la inconsistencia de que hablamos de elecciones primarias cuando en nuestro sistema no existen las secundarias. No tenemos presidente de la República (nuestro sistema es monárquico) y al presidente del Gobierno, a los de las Autonomías y a los alcaldes, aun cuando a la opinión pública se le presente de diferente manera, no los eligen los ciudadanos, sino los respectivos parlamentos o consistorios. Puestos a celebrar primarias, habría que hacerlo para todos los candidatos de la lista.

Si se quiere ir a un sistema presidencialista, modifíquese la Constitución y nuestro ordenamiento jurídico. Pero lo que no parece tener mucho sentido es importar elementos concebidos para otros sistemas, que están a años luz del nuestro, sin haber cambiado este previamente. Por otra parte, no hay certeza alguna de que los sistemas presidencialistas sean mejores y tengan menos defectos que los parlamentarios. Los sistemas presidencialistas propician el bipartidismo (tan denigrado en estos momentos), puesto que los electores pensarán que solo es útil el voto concedido a aquellas formaciones políticas que tienen alguna oportunidad de que su cabeza de lista se convierta en presidente del Gobierno. Lo mismo ocurrirá en las elecciones autonómicas y municipales.

Tampoco hay ninguna razón para pensar que la elección directa del secretario general de una formación política por todos sus militantes sea preferible o más democrática que la elección a través de los representantes en un congreso previamente elegidos por las bases. Todo depende de dónde se quiera situar la relevancia y la autoridad, si en los órganos colegiados o en los unipersonales. En los partidos de la izquierda era tradición que primasen los órganos colegiados y, por eso, el orden de elección seguía fases sucesivas: militantes, Congreso, Comité federal, Ejecutiva, secretario general. En realidad, este último era tan solo un primus inter pares en la Ejecutiva; incluso su denominación de “primer secretario” -que hoy solo subsiste en el PSC- lo indicaba de forma clara. Por el contrario, la elección directa por los militantes otorga tal autoridad al secretario general, que será muy difícil seguir defendiendo que el Comité federal es el supremo órgano entre congresos. Es verdad que el personalismo y el caudillismo son males que están muy presentes actualmente en las formaciones políticas, pero la elección directa no puede hacer más que agudizar esos defectos. Es buen ejemplo de ello lo que está ocurriendo con Pedro Sánchez.

Pedro Sánchez es el único secretario general del partido socialista que ha sido elegido mediante primarias, y la experiencia no es precisamente muy buena. Desde el principio acaparó toda la autoridad. Fue él, quien eligió a la Comisión ejecutiva, en lugar de que la Ejecutiva le nominase a él, y lógicamente lo hizo a su conveniencia y con gente de su entera confianza, aun cuando más tarde le haya salido alguno respondón. Muy pronto dejó ver que él no responde ante ningún órgano colectivo, sino tan solo frente a las bases, es decir, frente al pueblo, sueño de cualquier dictador.

Pedro Sánchez no ha tenido ningún reparo en intervenir en las federaciones, sin respetar a los correspondientes órganos regionales. En Madrid -cosa insólita- destituyó sin motivo explícito y sin ningún tipo de expediente al secretario general y a toda la Ejecutiva, llegando en el colmo de las malas formas a cerrar de la noche a la mañana los despachos para que no pudiesen entrar los anteriores responsables. Últimamente, ha entrado en Galicia como elefante en cacharrería, modificando con total descaro y sin consideración alguna las listas aprobadas por los propios gallegos.

Como había sido elegido por los militantes no se ha creído obligado a dimitir por haber sacado los dos peores resultados de la historia del PSOE desde la Transición, contraviniendo así el ejemplo de Almunia y Rubalcaba que lo hicieron a pesar de sacar resultados más favorables. Desde el 20 de diciembre del año pasado ha iniciado un baile que nadie entiende y cuya finalidad parece ser exclusivamente su propio beneficio. Ha ignorado todas las voces contrarias, procediesen de donde procediesen, y ha procurado actuar al margen del comité federal, amenazando con la consulta a las bases, actitud típica de todos los autócratas cuya arma favorita son los referéndums, fáciles de manipular.

La situación se ha ido deteriorando, y es cada vez más evidente el enfrentamiento con los barones con mando en plaza y con muchas de las figuras más representativas del partido. Pero, tal como afirman sus partidarios, Sánchez cuenta con un arma muy importante: la consulta a los militantes. Como en todo buen régimen totalitario, el líder se comunica directamente y sin intermediarios con el pueblo y a este solo da cuentas, lo que no resulta demasiado difícil. El PSOE ha cometido el error de trocar un sistema representativo por un sistema caudillista o plebiscitario. Ha establecido que el secretario general sea elegido por primarias, antes de la celebración del congreso, con lo que llegara a él con la autoridad que le otorgará haber sido elegido por todos los militantes. Con toda probabilidad, las líneas políticas a seguir no las fijara el congreso sino el secretario general. No creo yo que precisamente hayan ganado en democracia. Además, la neutralidad y la objetividad no suelen estar demasiado presentes en las primarias, como lo demuestra el intento de Pedro Sánchez de convocarlas en octubre para no dar tiempo a que nadie le dispute el puesto. Cosas de la nueva política.