PSOE Y PP, FALSO ANTAGONISMO

Desde la Transición, el sistema electoral ha venido orientando la realidad política española al bipartidismo, lo que originó secuencialmente dos situaciones no se sabe a cuál más negativa. O bien un gobierno con mayoría absoluta, que da capacidad a un partido para actuar a sus anchas y de forma totalmente despótica, o bien un gobierno en minoría apalancado en el chantaje nacionalista, que impone los privilegios de determinadas regiones en detrimento del interés general. La crisis y la Unión Monetaria han roto el sortilegio incrementando el pluralismo político.

En principio, la nueva situación podría ser positiva si los políticos estuviesen dispuestos a plegarse a ella, aceptando que los pactos son absolutamente necesarios para la gobernabilidad, lo que pasa en primer lugar por abandonar todo antagonismo dogmático. Uno de los aspectos de nuestras formaciones políticas que más rechazo popular causan es su condición de secta. Acostumbrados al bipartidismo, sus miembros se ven en la obligación de defender contra viento y marea todo lo que el partido dice o hace por muy deplorable o irracional que sea, mientras que están dispuestos a condenar, o criticar, todo lo que afecta al partido contrario, por más lógica y beneficiosa que sea la medida. Buen ejemplo de ello es la crítica generalizada a la que se sometió al PP por aprobar los presupuestos del 2016, gracias a los cuales la situación actual es menos dramática.

En las nuevas coordenadas, para lograr la gobernabilidad se necesitan pactos o acuerdos entre las formaciones políticas, y que nadie se empeñe en imponer la totalidad de su programa. Por el contrario, cada uno tiene que asumir el lugar que le corresponde y moderar sus exigencias en función de los diputados con los que cuenta y del papel que va a ocupar respecto del futuro gobierno; lógicamente esas exigencias no pueden ser las mismas cuando se pretende entrar en el Ejecutivo que cuando se firma un pacto de legislatura, o cuando el acuerdo se reduce a la simple abstención para facilitar la investidura.

Lo cierto es que después de seis meses, las formaciones políticas no parece que hayan entendido nada de esto. Siguen planteando su discurso en términos de antagonismo y asegurando que sus programas son irreconciliables, lo que resulta realmente irónico cuando al mismo tiempo todos hacen promesa de adhesión a la Unión Monetaria, cuya permanencia deja un margen muy estrecho a cualquier acción de gobierno. Las instituciones europeas, y sobre todo Alemania, están prestas a cortocicuitar cualquier desviación que pueda presentarse. Lo está recordando la Comisión, que pretende sancionar a España y a Portugal por déficit excesivo, y también -y lo que es peor- Alemania y Holanda entre otros, que no están dispuestos a la menor concesión en un intento de ejemplaridad para el resto de los países.

La ironía se hace aún más pronunciada cuando el antagonismo se plantea entre el PSOE y el PP, que han gobernado alternativamente este país sin que apenas haya habido diferencias apreciables en la mayoría de las materias. Por ello se entiende tan mal la postura adoptada por el PSOE en la breve legislatura pasada, pero resulta totalmente incomprensible en los momentos actuales. Después del revolcón del 26 de junio, continúan instalados en la misma cantinela como si nada hubiese pasado. Al tiempo que afirman que no quieren terceras elecciones, se niegan a todo posible acuerdo con el PP, y se escudan en una alternativa irreal, la de que Rajoy busque apoyos en otras latitudes. Otras latitudes que, al margen de Ciudadanos, no pueden ser más que los partidos nacionalistas e independentistas. Alternativa que implicaría retornar a los chantajes tan dañinos de antaño.

Su pretensión es un tanto infantil: la de fastidiar a Rajoy, desgastarle y obligarle a hacer concesiones, pasando por alto que las concesiones frente a los nacionalistas las hace el candidato, pero suelen ir en perjuicio de toda la sociedad española. El famoso pacto del Majestic garantizó el gobierno a José María Aznar, pero a condición de ceder a la Generalitat de Cataluña múltiples competencias, que después, como es lógico, hubo que transferir también a otras Comunidades, incrementando más y más la desvertebración de España y el desconcierto de los ciudadanos. Aquel pacto en buena medida fue el principio de los problemas que hoy aquejan a Cataluña y a España. Tras él vinieron los múltiples desaciertos de Zapatero con el Estatuto; y como es bien es sabido que la postura de los nacionalistas es insaciable, únicamente les restaba la independencia.

Pero precisamente por la conversión del nacionalismo catalán al independentismo hoy resulta inviable la demanda del PSOE de que sea en este ámbito donde Rajoy busque los apoyos para su investidura. No se entiende esta exigencia, a no ser que esté cargada de malicia y constituya una trampa en la que Mariano Rajoy parece haber caído, al reunirse con Esquerra y con Convergencia. Entrevistas llevadas a cabo, según se afirma, por cortesía parlamentaria, y desde luego inútiles para la investidura, pero que pueden servir para legitimar los contactos acometidos en las pasadas legislaturas por Pedro Sánchez, quien nunca descartó del todo la posibilidad de apoyarse en estas formaciones, y sobre todo para justificar lo que pueda suceder en el futuro, si cuajan las ideas lanzadas por la presidenta del Gobierno balear y por el primer secretario del PSC (hay que suponer que sugeridas desde la Ejecutiva) de que Pedro Sánchez aspire de nuevo, con el apoyo de Podemos, a la investidura.

Los socialistas se empeñan en postularse como alternativa. Se olvidan de que para ser alternativa lo primero que se precisa es que haya gobierno, lo que parece imposible si se empecinan en bloquear la situación. Se olvidan de algo más, de que, dados los resultados, los españoles no los han reconocido como alternativa al PP, sino como partícipes de la misma política de continuidad. Por eso les han castigado incluso en mayor medida que al Partido Popular. Esas desgracias, sacrificios y desigualdades que han caído sobre la sociedad española, y que tan a menudo aducen los socialistas, no comenzaron con Rajoy, sino bastante antes y de las cuales el PSOE ha sido tan culpable como el PP.

No se entiende bien, por tanto, el cortejo de Unidos Podemos al partido socialista, ni en las anteriores elecciones ni en la actualidad. Podemos debe ser consciente de que su origen se encuentra en el movimiento 15-M y en la indignación popular que lo suscitó. Y hay que recordar que dicho movimiento surgió durante el Gobierno de Zapatero. La enmienda era a la totalidad de las políticas que venían de Europa y que eran secundadas y asumidas tanto por el Partido Popular como por los socialistas. La reforma laboral que acaba de aprobar Hollande no se diferencia mucho de la que efectuó Rajoy. La razón por la que IU no acabó de despegar se encuentra quizás en la complicidad que estableció con el gobierno en tiempos de Zapatero. La oligarquía económica y política, a la que Podemos se refería con el nombre de casta, no está integrada exclusivamente por políticos del PP, sino también del PSOE. El PSOE no es el cambio, es más de lo mismo. Situarse en un campo semejante al del partido socialista, aunque sea para gobernar, desnaturaliza a Podemos. Sus votantes no necesitan un PSOE bis, para eso ya tienen el original y, además, segundas partes nunca fueron buenas.