EL TINGLADO DE LA ANTIGUA FARSA

“He aquí el tinglado de la antigua farsa”. Así comienza “Los intereses creados”, la obra más conocida de Benavente. Y así podría comenzar cualquier descripción que se haga en estos momentos de la actividad política española. Fuimos conscientes de ello durante la campaña electoral. La preeminencia mediática (véase mi artículo de 25 de diciembre de 2015) convirtió en buena medida los actos electorales y los debates en reality shows, desalojando los argumentos, el raciocinio y el sentido común. Presumíamos que el afán escénico desaparecería una vez acabadas las elecciones, pero no ha sido así.

Un personaje, Pedro Sánchez, ha decidido convertir la política en un circo, ha construido toda una farsa desde el mismo día de las elecciones. La presentación de los resultados constituyó ya un teatrillo. Cuando todo el mundo esperaba su dimisión, apareció en tono triunfalista afirmando que se había hecho historia, y ciertamente el PSOE había hecho historia obteniendo el peor resultado desde la Transición. A partir de ahí, se decide crear un mundo de ilusión en el que nada es lo que parece, sin embargo solo a las apariencias se les da importancia. Todo se trastoca en función de los intereses del candidato socialista y de su permanencia al frente de su partido.

Comenzó por negar lo evidente, esto es que, dado el lugar que el PSOE ocupaba en el espacio electoral, todo posible acuerdo para investir a un candidato pasaba por la dirección que tomase esta formación política. Pedro Sánchez, desde el primer día, se negó no solo a pactar sino incluso a hablar con el Partido Popular. Estaba en su derecho, pero esa decisión excluía a Rajoy de la investidura, por lo que no se entiende muy bien la continua crítica a este por haber declinado la invitación del rey. Esa decisión también bloqueaba, como es lógico, todo pacto de investidura por la derecha, porque era de suponer que el PP no estaría de ningún modo dispuesto a apoyar a Pedro Sánchez. Desde ese momento, solo una vía quedaba abierta, un juego complicado de carambolas difíciles de conseguir: el acuerdo con Podemos y fuerzas afines, con la complicidad de los partidos nacionalistas e independentistas.

Cuando Pedro Sánchez reclama del rey ser designado para la investidura, nadie duda de que ese es el camino que va a seguir, ya que no le queda otro posible y, además, determinadas actuaciones como dar un puesto en la mesa del Senado al PNV y prestar cuatro senadores a Convergencia y a Esquerra para que ambos tengan grupo parlamentario son claros signos de esta ruta. Incluso esa fue la suposición del Comité Federal y de ahí sus resistencias y suspicacias, hasta el punto de que el candidato recurrió a la consulta directa a los militantes como forma de eludir la supervisión de los órganos del partido. Consulta que ha quedado sin sentido y desvirtuada tras el acuerdo con Ciudadanos.

A estas alturas de la película, todo este mes aparece como una tremenda farsa montada por Pedro Sánchez y con la complicidad, tal vez cándida, de Rivera. Es posible que el secretario general del PSOE juzgase que la petición de Podemos era inasumible, en especial la idea de formar un gobierno de coalición con ministros de varios partidos, y se decidió a montar todo un espectáculo que poco tenía que ver con la investidura, una representación a su mayor gloria, en la que actuaba recibiendo a unos y a otros no ya como un presidente de gobierno, sino como un jefe de Estado; ha empeñado todos sus esfuerzos en catapultar y potenciar su imagen quizás pensando ya en unas nuevas elecciones, o en asegurar su liderazgo en el PSOE. Pedro Sánchez mintió al rey y ha tomado el pelo a todos los españoles. Ni tenía los votos ni ha hecho ningún esfuerzo para conseguirlos. Durante todo un mes ha estado mareando la perdiz y dedicándose al autobombo. De hecho, ha establecido negociaciones con todo el mundo excepto con aquellos que podían darle los apoyos necesarios.

Al final de este tobogán de despropósitos se llega al acuerdo firmado con Ciudadanos, pacto fantasmal, virtual, carente de finalidad, puesto que se sitúan muy lejos del número de escaños necesarios para la presidencia y, además, cierra cualquier posibilidad de acuerdo con Podemos. El pacto con Ciudadanos se configuró como un acto de propaganda política, fue una buena representación teatral. Deciden conjuntamente que aparezca Rivera en primer lugar anunciando cinco medidas como inexcusables para el pacto y como si de ellas dependiese la salvación de España y de todos los españoles. Se trataba de permitir que el líder de Ciudadanos tuviese su minuto de gloria. Inmediatamente después, aparece Pedro Sánchez para afirmar que las acepta y que ya hay pacto, y se monta la parafernalia.

Para la firma usan toda la prosopopeya posible, hasta el punto de caer en la mayor ridiculez, solo comparable con la “confluencia planetaria” de Leire Pajín. Utilizaron uno de los salones más solemnes de las Cortes, delante del cuadro de Juan Genovés, y con una liturgia tal que parecía que estaban aprobando una nueva Constitución o la adhesión de España a la Unión Europea. Se habló de momento histórico, de una nueva transición y de no sé cuántas cosas más. La petulancia fue infinita. Todo el montaje caía en lo histriónico o en la payasada. En periodismo se suele afirmar que cuanto más grande el titular, más insustancial la noticia. Pues bien, si la representación teatral fue tan solemne se debió a que el acuerdo era intrascendente.

La irrelevancia del pacto está en primer lugar en que los firmantes representaban poco más de un tercio de la cámara y, por lo tanto, un número totalmente insuficiente para formar gobierno, y no digamos para reformar la Constitución, tal como pretenden. La teoría de que se trata de política y no de números tiene muy poca consistencia porque la democracia y la elección de un presidente es una cuestión de aritmética, de mayorías. Es esa inoperancia, esa conciencia de que el acuerdo no va a ninguna parte, mas allá de la firma y del escenario, lo que permite introducir en él todo lo que se quiera y constituir un pastiche, un agregado de los dos programas sin orden ni concierto, sin coherencia y sin ningún cuadre de cuentas. Allí se incluyen por igual las manías de Jordi Sevilla y las de Garicano, del contrato único a las agencias, del ingreso mínimo garantizado al complemento salarial.

Los enterados comentaristas y tertulianos se echaron las manos a la cabeza con el documento presentado por Podemos, afirmando que era inaplicable. No obstante, lo cierto es que al menos presentan una memoria económica, que podía ser relativa, como todas, pero se señalaba claramente qué impuestos se iban a subir para financiar las nuevas prestaciones. En el pacto del PSOE y Ciudadanos apenas se habla de los ingresos, sí sabemos que no pretenden elevar el IRPF, ni siquiera a los consejeros de las empresas del Ibex (que son rentas del trabajo y están por encima de los 300.000 euros anuales). Constituye la carta a los Reyes Magos. Todo se piensa conseguir por obra del Espíritu Santo, la multiplicación de los panes y los peces. Este acuerdo sí que es inaplicable, pero la verdad es que da igual porque no está hecho para que se pueda aplicar. Puro teatro.

La inconsistencia del pacto aparece de forma evidente cuando se pretende que sirva igual para el PP que para Podemos. Ciudadanos intenta que se adhiera Rajoy. «Dijo que no al rey y ahora dice no al consenso Constitucional», Ribera dixit. ¡Habrá tamaña petulancia! El PSOE se esfuerza para incorporar a Podemos. Pedro Sánchez resucita la imagen de “la pinza”. Este es el pacto del milagro, el líquido taumatúrgico que cura todas las enfermedades y sirve para todos y para todo, lo mismo se puede aplicar a un roto que a un descosido.

Pedro Sánchez afirma del pacto que no tiene fecha de caducidad. Yo creo que nace ya caducado. Después del 5 de marzo estará obsoleto. En los dos próximos meses no parece probable que se produzca la investidura de algún candidato, pero en todo caso, si sucede, será prescindiendo de dicho acuerdo, y tampoco creo que el PSOE y Ciudadanos quieran presentarse juntos a una próximas elecciones.

No hay por qué extrañarse de que Pedro Sánchez haya montado este sainete. Es la huida hacia adelante con la que cree poder salvar la cabeza. Menos comprensible es la postura de Rivera. Quizás piensa que es la forma de rentabilizar su cuarto puesto en las elecciones, aunque el juego le puede resultar muy peligroso. De todos modos, lo que carece de lógica es que muchos comentaristas y tertulianos se dejen engañar por lo que no es más que una ficción y lo tomen por realidad. La única explicación está en el miedo que les produce Podemos y ven con alivio cualquier alternativa. Sería muy triste que la sociedad española caiga en el mismo error. Pero todo es posible, al fin y al cabo la vida, y también la social, tiene mucho de tinglado de la antigua farsa.