TAMAYAZO EN CATALUÑA

No puede por menos que sorprender la presión a la que ha estado sometida la CUP durante más de tres meses, hasta el último instante en el que vencía el plazo para convocar nuevas elecciones. Se les ha responsabilizado de que el proceso -tal como lo llaman los independentistas- no llegase a buen puerto. Lo cierto es, sin embargo, que desde el primer momento la CUP se negó a adherirse a esa lista pastiche creada por Artur Mas para embozarse detrás de Esquerra Republicana y de no se sabe cuántas organizaciones de las llamadas civiles pero que, en realidad, son tan solo apéndices de la Generalitat, colgadas de sus ubres. Durante la campaña electoral, sus dirigentes y candidatos repitieron hasta la saciedad que nunca votarían como presidente a Artur Mas, por lo que parece que nadie debería haberse extrañado de su postura tras las elecciones.

No obstante, desde Junts pel sí estaban dispuestos a proclamar su victoria fuese cual fuese el resultado del 27-S, y puesto que no fue bueno -lejos de esa mayoría absoluta que reclamaban- ni en votos ni en escaños, se apoderaron en seguida de los votos de la CUP, como si fuesen propios; que si bien no les servían para justificar la victoria soberanista en el seudoplebiscito que habían pretendido convocar, sí les proporcionaba una mayoría para la sesión de investidura. Y ahí comenzaba un culebrón de más de tres meses, puesto que en JPS estaban dispuestos a todo, excepto a renunciar a su candidato, que por cierto iba en la lista escondido en el cuarto lugar. Eso era justo lo que la CUP no podía conceder si no quería traicionar lo que explícitamente había prometido a sus electores a lo largo de toda la campaña. Culebrón que ha pasado por las etapas más diversas y las propuestas más atípicas, cayendo a menudo en lo grotesco y en el esperpento.

En estos tres meses ha habido todo tipo de acontecimientos y elementos sorprendentes. No es desde luego el menor el de que apenas haya habido, hasta el último momento y cuando el descalabro de la repetición de las elecciones parecía inminente, ninguna presión sobre Artur Mas para que abandonase la escena, cuando parecía a todas luces la forma más lógica y sencilla de solucionar el problema. Es más, en cualquier otra formación política que no fuese Convergencia, ante fracasos electorales tan palmarios, se le habría exigido su dimisión. Artur Mas, tras intentar desnaturalizar las elecciones autonómicas haciéndolas pasar por un plebiscito, las pierde estrepitosamente. La coalición JPS, en la que se intentó englobar a todas las fuerzas soberanistas, obtuvo tan solo 62 diputados y el 39,55% de los votantes, lo que representa el 30,66% del censo electoral.

La situación era aún más evidente para Convergencia puesto que en 2012 había perdido ya 12 diputados con respecto a 2010. Para comprender el fracaso de Mas y adónde le ha llevado su operación independentista, conviene recordar que CiU obtuvo 62 diputados en 2010, es decir, los mismos que ha obtenido el 27-S con Esquerra, y con todo ese batiburrillo formado por Òmnium Cultural, Asamblea Nacional Catalana, Súmate,[] Solidaritat Catalana per la Independència, Reagrupament, Catalunya Sí, Catalunya Acció y Avancem, y con marionetas como Lluís Llach, Josep Maria Forné y Germà Bel. Quizá haya sido en las últimas generales en las que el fiasco de Convergencia ha sido más claro: de ser la primera fuerza en el 2011 con 16 diputados ha pasado al cuarto lugar con la mitad de escaños (ocho).

Parecería lógico que no hubiese hecho falta la pretensión de la CUP para su dimisión y que hubiera sido su propia formación política (Convergencia) la que en primer lugar reclamase su alejamiento de la escena política. Pero nada de eso se produjo. Todo lo contrario. Durante tres largos meses han cerrado filas para defender su liderazgo, y no solo Convergencia, sino Esquerra Republicana y todo ese batiburrillo de asociaciones creadas con la pretensión de representar a las sociedades civiles, desde la Asamblea Nacional Catalana hasta Ómnium Cultural pasando por otras muchas de distinto pelaje. Lo coherente habría sido que hubiesen presionado a Mas para que cediese y dejase libre el camino. Sin embargo, las presiones y coacciones se han ensañado con la CUP hasta niveles insoportables. ¿Qué se esconde detrás de todo ello?, ¿qué intereses se ocultan en Cataluña?

Una formación política que en tres años ve cómo su líder cambia radicalmente los planteamientos programáticos pasando de un nacionalismo moderado a un independentismo dogmático y sectario, y que en esa travesía pierde la mitad de sus votantes y sin embargo no produce en su interior ninguna crítica, controversia u oposición, ¿qué secretos encubre? Solo al final y ya al borde del abismo se ha producido el cambio. Aunque se tiene la impresión que este cambio se ha originado no tanto por la imposición externa cuanto por los propios razonamientos interesados de Mas.

Tras la última votación de la CUP, Artur Mas sabía que tenía perdida la presidencia. Su última baza, y casi a la desesperada, era la de reeditar en la consulta que se avecinaba el batiburrillo de la lista en común, para lo que tanteó a Esquerra con la inusual propuesta de que entrasen a formar parte del gobierno en funciones. La radical negativa de los republicanos le convenció de que no tenía nada que hacer y de que unas nuevas elecciones en solitario le conducirían al fracaso más absoluto, tanto de él como de la formación que pilotaba, lo que le llevó a hacer de la necesidad virtud, y a presentar lo que era ya un hecho consumado como un acto de generosidad e inmolación por la causa, con lo que de momento salvaba a Convergencia, se aseguraba que ponía en su lugar a un hombre de su entera confianza y sometía a la CUP, que sorprendentemente se hacía el harakiri. Todo ello sin descartar que pueda seguir actuando como hombre fuerte en la sombra y con la esperanza de volver algún día en loor de multitudes.

Lo que resulta más incomprensible es la postura adoptada a última hora por la CUP. Tras más de tres meses de resistir presiones y de proclamar una y otra vez que sus decisiones se adoptaban en asamblea, tras procesos alambicados y eternos de votaciones en plenarios, la rendición se ejecuta en pocas horas y se decide únicamente por un grupo muy reducido de dirigentes. Bien es verdad que ya había resultado sorprendente la postura de su cabeza de lista que, tras afirmar en diversas ocasiones que nunca, nunca, nunca, investiría a Más como presidente, dimite como diputado para no tener que hacer lo que tantas veces había prometido. Caso insólito el de un político que dimite no por incumplir sus promesas electorales, sino porque la mayoría de sus bases le obligan a cumplirlas.

La CUP podría argüir que su compromiso con los votantes era el de no apoyar a Mas como presidente de la Generalitat y que esa condición se ha cumplido. Pero se supone que su repulsa a Mas no era por el simple hecho de que les cayera especialmente antipático, sino por lo que representaba, y en ese sentido el nuevo presidente no tiene nada que envidiar al anterior. Pero, sobre todo, lo inaudito consiste en que se aten las manos de cara al futuro y acepten dar un cheque en blanco al nuevo gobierno a lo largo de toda la legislatura. Les ceden dos diputados y se comprometen a que el resto del grupo no votará nunca en contra, de manera que siempre puedan contar con mayoría absoluta.

Por si todo eso no fuese bastante, acceden a que se les imponga una purga al estilo estalinista y se someten a un proceso de reconciliación abjurando de sus errores y pidiendo perdón por los daños ocasionados al proceso. Solo les ha faltado calarse el sambenito. De nuevo, se establece que esto del nacionalismo tiene mucho que ver con la religión. Es imposible, en cualquier caso, no preguntarse con qué armas cuenta Mas y qué ha ocurrido en los dos últimos días para que se haya producido un cambio tan radical.

En fin, se demuestra una vez más que cuando la ideología de izquierdas se amanceba con el nacionalismo la primera pierde siempre y termina diluyéndose. Y es que el nacionalismo es un dios celoso que como el del Antiguo Testamento no soporta los rivales. Todo, todo, debe sacrificarse a sus intereses. Podemos haría bien en tomar buena nota de ello.